Una biografía intensa, un puñado de experiencias inolvidables, la amistad con unas cuantas personas de esas que de verdad merecen la pena, la pasión inagotable por aprender y un deseo de ayudar, que nunca ha tenido que forzar porque le sale de dentro. Ha sido algo connatural y lo ha llevado a la práctica con gente de toda clase y condición. Sigue haciéndolo cuando se presenta la ocasión y, por eso, porque saben que será receptiva a sus preocupaciones, a menudo las personas mayores recurren a ella. Para que escuche sus cuitas y para que trate de encontrar alguna vía de solución. «¡Hay tanto que arreglar y tanto que mejorar!» , enfatiza.

Ha reivindicado por carta y en persona ante representantes políticos y responsables de la administración buenos accesos a las residencias de mayores, más personal cualificado para dar una atención óptima, un trato más cercano a la hora de las tramitaciones y facilidades para llevarlas a cabo en este mundo de hoy, absolutamente informatizado, que a muchas personas de ese colectivo se les hace muy cuesta arriba. Claro que si hay un espacio en el que esas quejas y peticiones cobran un verdadero y constante protagonismo, ese es la columna de opinión que publica en este rotativo todos los domingos, bajo el epígrafe de Desde mi ventana.

Poco tiempo después de venir con su marido, Walter, a Palencia, a principios de la década de los noventa, subieron al monte y el estado en el que se lo encontraron le dolió. «Escribí una carta al director y la llevé al periódico; el entonces director, Mariano Valero, me ayudó, y de aquello nació la posibilidad de colaborar de forma asidua», rememora.

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