Jesús Martín Santoyo

Ensoñaciones de un palentino

Jesús Martín Santoyo


Mascotas

14/07/2024

Disfruto de una vecina jovencita que ocupa un estudio anexo a mi apartamento. Yosune me recuerda mucho a mi hija pequeña. De edad semejante, de belleza indiscutible y siempre adornadas ambas con una sonrisa perenne de la que pueden disfrutar los afortunados que comparten espacios con ellas.
Mi vecina es criminóloga y gran parte de su trabajo lo realiza desde su minúsculo domicilio. Vive sola, con un perrito pequeño, desconozco de qué raza, con el que sale a diario a pasear al caer la tarde. Los fines de semana suele recibir la visita del novio o de sus padres. Con frecuencia he tenido que abrir la puerta de la calle a los repartidores de comida rápida que pulsan mi timbre, confundidos, y solicitan que franquee el acceso al vestíbulo que la criminóloga y yo compartimos como espacio común de nuestras moradas. 
La semana pasada llamé a su puerta para darle el aviso de un vecino de la planta superior que había sufrido un escape de agua que al parecer podía deteriorar el techo del estudio de Yosune. Había acudido varios a días a casa de la joven, pero nunca le encontraba en su domicilio. Me comprometí a darle el aviso a mi vecina tan pronto como notara su presencia en la vivienda. Cuando me abrió la puerta, la habitual sonrisa de Yosune había desaparecido. Su rostro denotaba el rastro de abundantes lágrimas. Me sobrecogió la inusual imagen de mi vecina.
«Me han matado a mi perrita. Un coche la ha atropellado en la avenida y ha destrozado su cuerpecito».
No era la primera vez que veía llorar desconsoladamente a una persona a causa de la muerte de su mascota. Como he confesado en alguna de mis columnas, estoy lejos de comulgar con la ideología animalista imperante. Para mí, los animales están en una escala muy inferior a las personas. Jamás les haría un daño gratuito y me resulta abominable y escandalosa la conducta de quienes maltratan a sus animales de compañía. Hasta ahí llego. Pero nada más. Traté de consolar a Yosune torpemente. A punto estuvo de escapárseme la simpleza argumentativa por la que invitaría a mi vecina a que se comprara otra perrita parecida que le hiciera compañía. Afortunadamente, un momento de cordura selló mi boca.
«Linda me hacía mucho bien. Llenaba la soledad de mis espacios. He estado tan deprimida que he tenido que acudir varios días a la casa de mis padres en busca de amparo y consuelo».
Le di el recado de su vecino de arriba y le ofrecí mi disponibilidad para ayudarla en lo que me pidiera. La dejé llorando cuando cerraba la puerta y se recluía en su estudio.
¿Alguien supone que los 'Yosune' con mascotas necesitan una ley de protección animal tan coercitiva, tan exagerada en alguno de sus postulados para que se cuide de los animales de compañía, como la que se ha aprobado en España? 
Quizás haya algún desalmado que tenga perros o gatos para disfrutar sádicamente maltratándolos. No lo dudo. Si los humanos somos capaces de dañar a nuestras madres o a nuestros hijos, ¿cómo no vamos a poder hacer sufrir a un animal indefenso? 
Por fortuna no conozco a ningún perturbado que hiera o golpee a sus mascotas. Sí conozco, sin embargo, a personas que se gastan un dineral en operaciones quirúrgicas para corregir un cáncer o una rotura en los esqueletos de sus animales domésticos. Conozco a cientos de personas que cuidan, miman, pasean, recogen las heces y asumen con gran dignidad la protección responsable de sus animales. Ninguno de ellos necesita una Ley que le obligue hasta lo irracional a un postureo ideológico como el que pretende el legislador. 
Según oigo en tertulias y mentideros de la ciudad, desde que entró en vigor el nuevo marco legal han aumentado los abandonos de perros y gatos en las ciudades. No sé si será cierto. Lo que creo seguro es que, debido a un instinto sádico, el que quiera maltratar a su mascota lo va a seguir haciendo, a escondidas, sin testigos, con independencia de las leyes que amenacen con multas y castigos.
Mientras tanto cientos de amantes de los animales como Yosune pasarán un sentido duelo por la muerte de sus fieles compañeros del mundo animal. 
Como para casi todo, la solución radica en la educación en valores y principios éticos elementales.