Manuel Juliá

EL TIEMPO Y LOS DADOS

Manuel Juliá

Periodista y escritor


Navidad

09/12/2024

En Navidad, todos mis muertos se me vienen encima. Me dicen lo que piensan. Unos que ya van estando cerca del vacío, que procure pensarlos más porque me quisieron mucho en la vida. Otros que tienen frío cuando no los alimento con mi memoria, que hablo poco de ellos. Los que fueron más amados se limitan a sentarse a mi lado y a decirme con su silencio que todavía me siguen amando. Y ese amor que vive entre las paredes de la melancolía, suele consolarme porque, con los bríos del alcohol y la tristeza, surge un sentimiento de aceptación que lleva dentro la esperanza. La esperanza de que lo amado no muere del todo y nos está esperando en esa región del olvido que cita Cervantes. 
Mis muertos suelen leerme, es algo que me gratifica mucho, pues los lectores vivos cada día son más difíciles. Ellos están al tanto de mi prosa y poesía, y si aparecen, algo me dice que están saltando felices sobre las nubes de la ausencia. Algún escritor que conocí hace mucho tiempo y quise con dedicación lectora, y me dejó vivir en su casa cuando yo no tenía, se me queja de que lo cito poco. Dice que se murió él y ahora se está muriendo su obra y nadie hace nada. Aquí te cito Fernando Quiñones, vive hermano que habrán de venir mejores tiempos para la gracia y belleza de tu prosa.
El 24 de diciembre por la noche mis muertos y yo tenemos una reunión. Nos abrazamos y nos contamos lo último con el lenguaje de la poesía. Es cierto que estamos tristes, pero esa tristeza ya no es sufrimiento.  Estoy de acuerdo con la cantante Samantha Hudson cuando dice, recordando a su abuela, que una cosa es estar triste y otra sufrir. En algún momento, cuando nadie me ve, me alejo a una habitación y pongo Tristesse, de Chopin, para que la oigamos juntos. Nos enternece mucho y entonces una comunión entre la belleza y la ausencia nos envuelve. 
Esto es, sobre todo, para mí la Navidad. Un recuento de sillas vacías. Abrirle las pestañas al vacío y devorarlo. Una soledad que se llena de gente que me habita y siento que me esperan al final de la mente, como dice Wallace Stevens en su último poema.