Desde la aparición de Begoña Gómez en el escenario político, nos encontramos en estado permanente de estupefacción. Por las peripecias laborales-económicas de la mujer del presidente que la justicia determinará si se consideran tráfico de influencias, aunque a infinidad de ciudadanos le parece que lo son porque conseguía patrocinadores para los que a su vez conseguía contratos y rescates del gobierno con cartas de recomendación firmadas por ella.
Desde esa aparición, la España de Sánchez ha ido de disparate en disparate, situación que ha llegado a su punto cumbre con el caso Milei.
Un ministro acusa al presidente argentino de consumir estupefacientes, Milei llega a España invitado por Vox y le falta tiempo para acusar de corrupta a la mujer de Sánchez aunque sin pronunciar su nombre, el ministro de Exteriores se coloca el manto presidencial para hacer desde Moncloa un alegato contra el presidente argentino y anunciar que retira sine die a la embajadora española hasta que Milei presente excusas. Amenaza con males mayores, que solo pueden ser la ruptura de relaciones diplomáticas. Todo por contar los españoles con un presidente "profundamente enamorado" y unos ministros que parecen sacados de una guardería, sin noción de las responsabilidades que asumieron al aceptar cargos que les vienen grandes. Tanto, que en su fanatismo sanchista desbordado, el equipo del presidente no ha dudado en equiparar las críticas a su mujer como ataques a la democracia. Como si Begoña Sánchez fuera emblema del Estado de Derecho, la Constitución y la Ley.
Llevamos años diciendo que jamás pensamos que viviríamos una situación como la actual, pero el esperpento de estos días supera todo lo imaginable.
En el disparate, queda la sensación amarga de que somos unos pardillos, casi tanto como los ministros que se mueven en terrenos que no conocen. Porque esa sensación apunta a que Pedro Sánchez ha provocado todo este espectáculo lamentable para dar protagonismo a Vox y ningunear al PP, en una enorme campaña de publicidad que entusiasma a los irredentos ultraderechistas y a algunos votantes del PP a los que les atrae el circo político y empiezan a considerar a Santiago Abascal un líder nacional. Es decir, que como sospechamos muchos hace tiempo, con fundamento, Pedro Sánchez monta este tinglado bochornoso para potenciar a Abascal como único personaje de peso a su derecha y restar valor a un Feijóo, político serio, que no quiere meterse en un terreno pantanoso inaceptable. Sánchez aprovecha cualquier excusa para insistir en su estrategia habitual: el PP es igual que Vox, las estridencias de Vox son equiparables a las del PP. Y si no hay excusa, la inventa.
Pedro Sánchez sabe perfectamente lo que ya ha advertido hasta el más común de los mortales: mientras Vox exista, el PP no tiene la menor posibilidad de gobernar. Por el rechazo que provoca votar a un partido que solo podría alcanzar La Moncloa si lo hace con Vox.
Vende el presidente que sin él, sin Sánchez, solo cabe la vergüenza de un gobierno de ultraderecha.