Una década sin La Duquesa

J. V. (SPC)-Agencias
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Cayetana Fitz-James Stuart supo ponerse el mundo por montera y vivir cada momento de su existencia con absoluta independencia y libertad

Una década sin La Duquesa

Mujer de carácter, moderna en sus ideas y en su estética, bohemia, amante de la vida y tremendamente popular. Así era Cayetana Fitz-James Stuart, XVIII duquesa de Alba, XI duquesa de Berwick y 20 veces Grande de España, una señora fiel a sus ideales y a sus grandes sueños. 

«Soy muy católica, pero muy moderna en comprender las cosas de la vida», afirmó en una ocasión la aristócrata, una frase que resume a la perfección su filosofía de vida, un punto de encuentro entre la tradición y el vanguardismo.

María del Rosario Cayetana Alfonsa Victoria Eugenia Francisca Fitz-James Stuart y de Silva, de la que se cumplen 10 años de su fallecimiento el próximo miércoles, tuvo una vida marcada por el amor, la pasión por su tierra andaluza -sobre todo por Sevilla- y sus controvertidas apariciones públicas.

Descendiente del Gran Duque de Alba, general de Carlos V y de Felipe II, Cayetana vino al mundo en el Palacio de Liria, en Madrid, el 28 de marzo de 1926, y tuvo que enfrentarse a la pérdida de su madre, María del Rosario de Silva y Gurtubay, a causa de la tuberculosis cuando solo contaba con ocho años. Fue su primera gran ausencia de su vida. 

A partir de entonces fue su padre, Jacobo Fitz-James Stuart, el encargado de educarla y de trasmitirle los valores de la cultura y el deporte. Era común, dicen las crónicas, verla los domingos por la mañana con su progenitor en el Museo del Prado contemplando los Velazquez, Goya, Rafael, Tiziano o El Bosco de la pinacoteca madrileña.

Probablemente, el fallecimiento de su madre sumió su infancia en una profunda tristeza, un sentimiento que nunca ocultó, lo que provocó que se sumergiera en una búsqueda de la felicidad tanto en su etapa de adolescente como a lo largo de toda su madurez.

Pero no fue su único revés, la historia de la duquesa está marcada por las ausencias. Tanto es así que dos años después de que su madre muriera, la Guerra Civil la obligó a huir a Inglaterra, lo que supuso su segunda pérdida, la de su querida España. Fue en Londres y junto a su padre donde aprendió todo lo que sería después: una mujer culta y refinada, pero a la vez independiente y libre.

Con tan solo 16 años ya apareció  en un importante evento en la ciudad del Tamesis, siendo su primera aparición en la entonces prensa del corazón. Un marchamo  que la seguiría durante toda su vida.

Lejos de abandonar los conflictos bélicos y tras esquivar la contienda nacional, la duquesa vivió el sufrimiento de la Segunda Guerra Mundial con los bombardeos alemanes en Londres. Una situación que llevó a su padre a decidir trasladarla a Sevilla.

Amores apasionados

Ya en España y con un país que en los años 40 y 50 retomaba cierto impulso, la duquesita, como se la llamaba en ciertos círculos, se casaba con un apuesto joven, hijo de los duques de Sotomayor, Pedro Luis Martínez de Irujo. De su matrimonio nacieron seis hijos: Carlos, Alfonso, Jacobo, Fernando, Cayetano y María Eugenia. Media docena de retoños que con el paso de los años se convertirían en los guardianes encargados de la privacidad de su madre.

Pero cuando la búsqueda de la felicidad parecía haber llegado a su fin, de nuevo la pérdida se extendió por el palacio sevillano de Liria. LuisMartínez de Irujo fallecía en 1972 y dejaba viuda a la duquesa después de 25 años de matrimonio. Cayetana se centró durante esos años en sus hijos y en los actos públicos hasta que, de repente, como casi siempre en su vida, Cupido le entregó al que sería su verdadero amor: Jesús Aguirre.

Con su llegada, la familia Alba volvió a saltar al escenario público y al papel couché, sobre todo debido a la condición de exsacerdote de la nueva pareja de Cayetana, sin embargo esta mostró de nuevo su fortaleza ante la vida. Pero una vez más el revés de la muerte de Aguirre en 2001 marcó el inicio del deterioro en la salud de la aristócrata.

Sin dejar de frenar sus ganas de vivir, la duquesa volvió a ponerse al mundo por montera por enésima ocasión con su casamiento con Alfonso Díaz en el palacio de Dueñas en 2011.

Con él compartió prácticamente cada momento de la postrera etapa de su vida. Una existencia rica e intensa hasta su fallecimiento, el 20 de noviembre de 2014.