En la cita electoral del 28-M, España se ha manifestado contra Cuba, Venezuela, y todos los regímenes social-comunistas que van contra la libertad.
La Agenda 2030 está desfasada y las leyes sanchistas de pretendido afán progresista revolucionario se van superando con sentido común en el marco constitucional. Nada nos aportan los socialismos filocomunistas posmarxistas de Laclau, Mouffe o Debrai. Vistos los resultados reales de los países latinos, ya no tiene cabida el progresismo. Es reaccionario, tendente a la destrucción de la democracia con autocracia. El constitucionalismo debe enterrar lo que se sustentaba en insultos, sexismo y muerte a los vivos. Se ha de iniciar un activismo constitucionalista de peso equivalente al de la izquierda radical.
Subsisten dos peligros. La atomización en partidos bisagra, que pueden decantar la gobernabilidad natural a cambio de su egoísta bien propio, los Frankenstein, primera obra de ciencia ficción. Y el que un joven e interesantísimo escritor español, David Nel, ha dado cuerpo sobre textos de Owen, Bradbury, Aldous Huxley, Keith Roberts o Asimov, aplicando a la distopía social, las tecnologías y las realidades geopolíticas.
Las distopías por inalcanzables semejan a las utopías en su irrealidad. El control social del mundo fue programado desde Bilderberg, Davos y otros organismos directivos, que han producido como exabrupto la Agenda 2030.
La vigilancia social es realidad. Hay cámaras desde la entrada a las ciudades que, sumadas, ofrecen nuestro andar. Las antenas de móviles trazan senderos y pueden no dejarte entrar en determinadas zonas, alegando contaminación o seguimiento personal. La inteligencia artificial, la robotización o el control del genoma, son realidad. El pago, las tarjetas, los carnés han sustituido a las palabras de paso tribales que concedían credibilidad. Se puede conseguir todo con el Internet Oculto, el metaverso, las Smart City, el Big Data, o los drones… la protección de datos española da risa.
La distopía con tecnología y geoestrategia es un hecho, que hace, según Sergio Morán, que tengamos que vender el alma por no poder atenderla.