Desde octubre de 2019, con la llegada de Dionisio Antolín Castrillo al archivo histórico diocesano, este se encuentra inmerso en un proceso de modernización que pasa por la digitalización e indexado de libros, así como su traslado del palacio episcopal al seminario mayor.
«Estaba bastante bien, pero con muchos libros sin catalogar, nada digitalizado ni indexado», explica, y añade que «la idea es intentar hacer un archivo lo mejor posible, dejarlo a una altura que sea de los destacados de Castilla y León». Para ello se dispone de los «pocos recursos que aporta el Obispado, porque son reducidos», señala -y expone que no se reciben subvenciones de las administraciones públicas-, así como la implicación, que «es el orgullo», de mucha gente que voluntariamente está trabajando. «Colaboran 82 voluntarios, cinco de ellos dedicados a digitalizar e indexar. También hemos te nido becarios de la Universidad de Valladolid, tres el año pasado y dos este, así como una de la Carlos III, que sigue aquí mientras encuentra trabajo», comenta.
Entre esos voluntarios, mayoritariamente de Palencia, algunos acuden con frecuencia a las instalaciones del palacio episcopal, mientras que otros colaboran vía web, como es el caso de uno natural de Villacibio que reside en Alcalá de Henares. «Se les hace una entrevista, y es que se busca un perfil de colaborador prudente, al que se le pueda confiar la tarea», concreta.
Que se trate de un archivo histórico diocesano significa, como aclara su director, que «no se puede buscar nada de los últimos 80-100 años, por la protección de datos», además de que existen libros que «todavía están en uso en las parroquias. En algunos casos, como los pueblos pequeños hay páginas abiertas y partidas por escribir», observa Antolín Castrillo.
Este explica que se trata de los libros propios de la vida sacramental de una parroquia -bautismos, confirmaciones, matrimonios y defunciones-, así como aquellos sobre la vida parroquial, es decir, donde se apuntaba a las personas que pertenecían a la misma, lo que cotizaba cada familia, cuentas de fábrica; libros apeos y cofradías. «En algunos casos, de mucha riqueza», subraya.
Los libros sacramentales se conservan desde el Concilio de Trento, que obligó a que se llevara registro de los bautismos, matrimonios y defunciones, y desde entonces puede decirse que todas las parroquias guardan datos. «Es el único medio que tenemos de conocer a los que han nacido en cada pueblo, porque los registros civiles empezaron en el año 1870, y la Iglesia lo vienen haciendo desde 1550-60. Algunas parroquias, que tenían curas más avezados, intuyeron que eso era lo que había que hacer y Trento vino a confirmar este buen hacer, y hay parroquias donde desde 1520 y antes se venía haciendo».
Llamamiento. Tampoco tienen depositados sus libros todas las parroquias, «lo cual es anormal», asevera, porque «ha habido mandato de los obispos urgiendo que se trajera todo, y hubo las que así lo hicieron, mayormente las más pequeñas; otras grandes, como Aguilar, Ampudia, Torquemada, Baltanás, Dueñas, Osorno, Becerril de Campos y Fuentes de Nava, tienen sus depósitos allí».
Anastasio Granados ya lo pidió, y este año Manuel Herrero, viendo que en libros hay páginas arrancadas y otros que no son legibles por los daños causados por la humedad, ha vuelto a pedirlo. «En algunos casos puede que tengan condiciones, pero en otros no, y en algunas parroquias faltan libros porque alguien se los llevó a casa para trabajar y no los devolvió, otros fueron destruidos por los franceses y también en la Guerra Civil», señala el director del archivo histórico diocesano.
El traslado de los libros de Paredes de Nava motivó una movilización vecinal, una postura que Dionisio Antolín califica de «extraña», toda vez que «los archivos deben estar en sitios muy concretos para ser estudiados. Era conveniente que se trajeran; además, el párroco que estaba allí se dio cuenta de que había libros que él abría y faltaban páginas, que se habían arrancado». «Estoy insistiendo a esos pueblos en que los traigan, aquí están vigilados», afirma con rotundidad. «Es posible que, una vez que avancemos un poco, los traigan, los digitalizamos y se los puedan volver a llevar, aunque donde mejor están es aquí, ahora con los archivos nuevos, en el seminario», incide. «Dejarlos en las parroquias supone que van a estar en peores condiciones, porque lo que viene aquí se digitaliza y se conserva para siempre porque nadie lo va usar en sí. Y, además, se indexan, de tal manera que en cualquier parte del mundo pueden buscar esos datos».
Dionisio Antolín hace referencia también al caso de su pueblo, Villanueva del Río, donde hubo oposición de algunas personas a que se trajeran los libros y él «sufría». Así que, aprovechando que fue a ayudar a la zona, dijo al cura y a los vecinos que los libros se estaban estropeando allí. «Fruto de ello, en tiempo de pandemia me dediqué a sacar todos los nacidos desde 1580, ordenados alfabéticamente, y este año, el día de la fiesta, en el ofertorio de la misa junto al pan y el vino también ofrecieron la publicación -digitalizados los libros e indexados-».
dinámico. La digitalización del archivo histórico diocesano es un proceso «muy dinámico», en palabras de su director. Por eso, los números van cambiando. Así, de momento, se puede decir que se han digitalizado 2.317 libros, se han indexado 2.289 y en registros-partidas la cifra es de 876.361. En total, el archivo alberga 5.712 cajas de archivos parroquiales, que contienen unos 10.000 libros.