Javier Villán

Javier Villán


Lorenzo Rodríguez Durántez y Pedro Giraldo

20/06/2024

Tardíamente, aunque mejor hubiera sido que no me llegara nunca, me llega la noticia del fallecimiento de Lorenzo Rodríguez Durántez, nacido en Riveros de la Cueza, pueblo al que tengo en gran aprecio porque en él nació mi padre, el señor Francisco Villán y porque a Riveros llevaba mi madre, la señora, señá en la jerga popular, Rosario la función de teatro que cada año montaba con los mozos y los niños del pueblo. Mi madre era una campesina ilustrada que leía muy bien y por eso, cuando alguien la iba a palmar, los vecinos la llamaban para que leyera al moribundo la Recomendación del alma, texto arcaico que no he vuelto a encontrar por ninguna parte, a pesar de mis pesquisas.  En las comedias de mi madre, yo una vez hice de San Tarsicio, el niño martirizado por los romanos, que llevaba la santa comunión a los cristianos escondidos en las catacumbas, me parece, o algo así.  De romanos hacía la chavalería de la escuela que, aprovechando la ocasión, me daban una buena tunda pues muchos me tenían tirria porque era el primero de la clase de doña Gloria, una  maestra ejemplar que me preparó para el ingreso en el Seminario, cuando los curas me echaron el ojo.
Pero volvamos a Lorenzo, político de alto nivel en la Administración del Estado, o como él prefería, «servidor de la ciudadanía». En tiempos de Maricastaña, los pueblos tenían, su tonto, el tonto el pueblo. Después los pueblos empezaron a evolucionar y, en vez de tonto, necesitaron un sabio, el sabio del pueblo, ese sabio ilustre  que no reniega de la aldea.  Se va o se queda, pero siempre enraizado. Por ejemplo Arturo Gil, autodidacta, en Villoldo, es el sabio que se queda, yo le llamo el Séneca de Villoldo, recordando la sabiduría popular el Séneca que lo sabía todo, de don José María Pemán en la tele.  
Traté mucho a Lorenzo Rodríguez Durántez cuando lo eligieron presidente de la Casa Regional de Palencia en Madrid, cargo que proporcionaba más quebraderos de cabeza  que prebendas, y ayudado por otro palentino de raíz, Mariano Blanco, secretario de la Casa, creó los premios Jorge Manrique, de poesía y narrativa,  para menores de 20 años, si mal no recuerdo. Lorenzo,  la Casa de Palencia, patrocinó mi libro Palencia, paisajes con figura, una serie de entrevistas y reportajes con palentinos universales, 21 en total, que creo, sin  falsa humildad, es de lo mejor que se ha escrito sobre Palencia, lo que mejor la define geográfica  y culturalmente. En esa serie falta Girón de Velasco, natural de Herrera de Pisuerga, o de Carrión de los Condes, no sé, el ministro social de Franco, el llamado león de Fuengirola, que se negó a participar en El libro de un rojo, «sé quién es usted, pues estoy bien informado». También falta,  por voluntad propia, Santiago Amón, un palentino de Baracaldo. Amón lamentó siempre su ausencia, por voluntad propia, aunque nunca  me explicara por qué, pues yo lo había invitado. Santiago Amón era un renacentista que,  como Picco dela Mirándola, podía discutir de omne re scibili et quacumque alia. Es decir, de todo lo que se puede saber y de todo lo demás.
Pedro Giraldo, torero palentino. Un buen tercero. Pedro Giraldo ha muerto a los 77 a los de edad. Le falló el corazón, desgastado acaso, de tanto haberlo puesto delante de los toros  en su capote. Fue precoz en todo, hasta en su muerte. Novillero triunfante, tomó la alternativa, muy celebrada por la crítica más solvente y rigurosa, como José Luis Suárez Guanes, por ejemplo; Guanes  un maestro  al que los amigos llamábamos el Gordito, circunstancia que José Luis cultivaba con entusiasmo hartándose  de helados. Pedro Giraldo, iba para torero de Puerta Grande, pero cuando los contratos empezaron a mermar, decidió pasarse  a los palos. Fue un excelente tercero; eficaz parando al toro, enseñándoselo al matador, sin buscar aplausos. Muriel Feiner, su viuda, cuya imagen por el callejón de las plazas de toros, armada de su cámara, se nos ha hecho emblemática a todos los aficionados, vino a España a hacer una tesis de no sé qué. Y conoció los toros y conoció a Pedro Giraldo. Y aquí se quedó per saecula saeculorun. Para ella, condolencias. Para Pedro, la eternidad torera.