Hoy termina el año más agitado de la vida política de Pedro Sánchez. Sí, sí, contando con aquel 2016 en el que le echaron sus compañeros y se marchó con lágrimas en los ojos juramentándose para volver más fuerte y resiliente, cosa que cumplió con creces. Pero nada comparado con lo del 2023 que nos ha mostrado una cara tan sólo apuntada por el líder del país en los años anteriores: el perfil de víctima de todo lo que ocurre a su alrededor, orquestado por poderes siniestros que han pretendido conseguir algo que hasta ahora se les ha resistido: derribar al presidente. Ninguno de los resortes malignos, que incluyen los bancos, las compañías eléctricas que amasan sus intolerables beneficios, los medios de comunicación de derechas, el batallón de tertulianos sesgados en su contra e Israel, ha logrado horadar ni un milímetro de su posición firme al frente del Palacio de la Moncloa. Sánchez perdió estrepitosamente las elecciones de mayo, llevando a su partido a desalojar un número muy elevado de ayuntamientos y comunidades autónomas, pero en el tiovivo en que se ha convertido este último ejercicio ha conseguido reflotar gracias a la jugada maestra de colocar las elecciones en un día de playa, y pactar después de la derrota cosechada con todos los partidos que pretenden derogar la Constitución Española y dividir al país.
Las circunstancias le han permitido ofrecer a los ciudadanos un balance muy optimista del año que acaba. Diciembre ha sido un mes magnífico para el gobierno, con éste pico económico facilitado por la prolongación del escudo anticrisis, con los independentistas más relajados y sin insistir cada día en la exigencia del referéndum, y con el derribo de una alcaldía reaccionaria y ultra como la de Pamplona para propiciar un gobierno progresista encabezado por concejales que nunca han condenado los casi mil asesinatos de ETA. Pero esto no supone problema alguno en el universo político del presidente, que ha ahormado su nuevo mandato bajo la afirmación de que cualquier cosa es mejor para los españoles a que gobierne la derecha. Que todo está justificado para evitar cualquier atisbo de alternancia, esa pequeña prerrogativa que tienen los regímenes democráticos que en el mundo han sido y son. Hasta en México la hubo tras un siglo de gobierno del PRI. Hasta Maduro la padecerá antes o después.
El muro de contención de los ultras, para disfrute de todos, va superando poco a poco y a medida que es levantado suculentas situaciones que nos van a tener muy entretenidos en este nuevo año que llega a las doce de la noche de hoy. La bronca del presidente a los periodistas presentes esta semana en el balance del año es una de ellas. Corrijan esos programas en los que hay minutos de escaleta que no son una loa a su gestión, o seguiremos levantando esta digna barrera frente a aquellos a quienes hay que aislar de la sociedad.