Velatorios: viandas y plañideras

Fernando Pastor
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Castrillo Tejeriego y Valbuena de Duero contaban con mujeres profesionales en mostrar la pena por el finado.

Velatorios: viandas y plañideras

En la antigua Roma existían rituales funerarios que fueron asimilados en mayor o menor medida en los territorio romanizados. Uno de ellos consistía en que los familiares de los difuntos tenían prohibido llorar o mostrar dolor y para suplirlo contrataban a las dolientes o plañideras, mujeres dedicadas profesionalmente a llorar y mostrar dolor en honor al difunto, aumentando así la intensidad del luto, pese a que San Juan Crisóstomo, contrario a esta figura, amenazó con la excomunión a quienes las contrataran.


Esta práctica, al alcance solamente de familias pudientes, se adoptó en algunas localidades cerrateñas, como Castrillo Tejeriego o Valbuena de Duero. 


En esta última localidad, un señor contrató a cinco plañideras para que fuesen a llorar en el velatorio de un familiar y las ajustó en 10 pesetas para cada una. Tras el velatorio, llevó 45 pesetas para pagarlas. Las cuentas no cuadraban. Y aclaró la cuestión: a una de ellas la pagaría solamente 5 pesetas, la mitad de lo acordado. Ante las quejas de la afectada preguntando la razón de tal discriminación, el señor le espetó: «A ti solo te pago la mitad porque como eres tuerta solo has llorado por un ojo».

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Los velatorios se hacían en casa (los tanatorios son muy recientes). Acudían los vecinos y estaban toda la noche, por lo que los deudos sacaban viandas, sobre todo en familias pudientes. Entre pastas, licores y demás, las conversaciones se animaban y salían a relucir todo tipo de chascarrillos. 


En algunos lugares se daban panes enteros (Renedo de Esgueva) o trozos de pan (Castrillo Tejeriego, Soto de Cerrato, etc.) que los asistentes se llevaban (y a veces repetían visita para coger más). De esta forma se contentaba a ambas partes: a quien así se aprovisionaba de pan y a los deudos del difunto que de esa forma se aseguraban una gran afluencia de vecinos al velatorio.


Para estas reuniones vecinales, finado por medio, era frecuente pedir prestado a otros vecinos ajuar como jarrones y similares, para lucir.


En Fombellida, el acto social alrededor de los decesos hizo que incluso se hablase de «muerte alegre» ya que acudía mucha gente, llegados de fuera en caballos, carros, incluso en bicicleta, y se organizaba un verdadero banquete para darles de almorzar, comer y cenar. En una ocasión eso se prolongó durante muchas fechas ya que una gran nevada impidió salir de Fombellida a un grupo de personas que había acudido en caballo desde Cevico de la Torre.


En Torquemada colocaban al difunto en el suelo sobre una manta, sin ataúd, y le ponían sobre el vientre un plato con unas tijeras abiertas y un misal. La causa de tal proceder puede tener un origen práctico (poner peso sobre el vientre del difunto para que no se hinchara por los gases que desprenden los cadáveres), pero sobre todo esotérico, espiritual y supersticioso: el hecho de que las tijeras tuvieran que estar abiertas entronca con una superstición que supone que las tijeras abiertas auguran un mal o una desgracia inmediata para la persona hacia la que apuntan, como por ejemplo una muerte repentina, ya que en la antigua Grecia se creía que las tijeras abiertas cortaban el hilo de la vida. En las prácticas de espiritismo, las tijeras abiertas se usan para llamar a espíritus: se dice que si se ponen unas tijeras abiertas y una vela delante de un espejo a las 12 de la noche y se pronuncia el nombre de una persona tres veces, sale del espejo y te clava las tijeras. También existe un hechizo en brujería para conocer el sexo del bebé que esperan las embarazadas: se colocan dos sillas con sendos cojines y en una de ellas además unas tijeras abiertas, tras lo cual se pide a la mujer embarazada que escoja una silla, si elige la que tiene las tijeras será una niña y si elige la que no tiene las tijeras será niño. Otra maldición de las tijeras abiertas es que si apuntan a una persona soltera nunca se casará y si apuntan a una persona casada será víctima de una infidelidad. En cualquier caso cuando hay una tijera abierta la gente se apresura a cerrarlas o pedir que sean cerradas.


Banquetes familiares.

Tema a resolver era lo concerniente a los familiares que vivían lejos. Sin los medios de locomoción actuales, que permiten ir y volver en el día, era frecuente que acudieran en caballos, en carros, incluso en bicicletas, y no podían regresar inmediatamente después del entierro, menos aún si las condiciones meteorológicas eran adversas, por lo que se quedaban varios días y había que proporcionarles alojamiento y manutención, lo que con frecuencia se convertía en banquetes familiares dignos de mejor celebración.


Los familiares de los difuntos debían guardar un luto riguroso y muy prolongado en el tiempo. Ropa negra, imposibilidad de ir al baile, etc. En algunas ocasiones tanta rigurosidad era burlada por las protagonistas. Así, era frecuente que chicas de luto de Peral de Arlanza fuesen al baile a Palenzuela, para no ser vistas por sus vecinos.


Cuando en Castronuevo de Esgueva falleció el señor Domingo, conocido como Dominguín, Justo Ortega era muy pequeño y su madre le dijo a su sobrina, Juana, que no llevara al niño al velatorio, que no tenía edad para ver difuntos. Pero Juana hizo caso omiso y le llevó. Cuando regresaron, Justo le dijo a su madre «el señor Dominguín estaba majo y se ha tirado al suelo». Él no entendía qué era la muerte, ni por tanto que el señor Domingo estuviese muerto, y la frase  respondía a que cuando su madre le vestía con ropa elegante le decía que estaba majo y que por ello no podía tirarse al suelo como cuando llevaba ropa vieja, por lo que él quería trasmitir a su madre que había visto al señor Dominguín bien vestido y pese a ello tumbado en el suelo (aunque dentro del ataúd). 


Con posterioridad falleció otro vecino de Castronuevo, Santiaguillo, señor que usaba sombrero de paño, y Justo vio que le llevaban a la iglesia. Tiempo después, estando Justo en la iglesia, se fijó en la imagen de San Pedro sentado en su trono y ataviado con sombrero, por lo que pensó que era Santiaguillo, y que el resto de imágenes de santos que había en la iglesia era gente que al morir eran trasladados a la iglesia.