José Luis Ibarlucea

José Luis Ibarlucea


El bobo

09/09/2024

Uno de los combustibles con que arden más mis indignaciones es con el culto a la diversidad que se da entre nuestros conciudadanos. El romanticismo del prójimo, del otro, hace que renunciemos a nuestros valores y los deconstruyamos, renunciando de esta manera a nuestra herencia.
Los pijos de izquierdas del 68 alumbraron la figura del «bobo», una mezcla de burgués y de bohemio, es decir, el burgués que quiere vivir sin obligaciones ni deberes, y abandonarse con sonrisa de reptil al  aristócrata que le mata el hambre. Esa revolución de carnaval que fue el mayo del 68 produjo un buen número de deconstructivistas o destructores de nuestros valores, y evolucionaron  hacia la integración en el sistema, hacia el romanticismo del prójimo, hacia el ecologismo destructor… Según ellos, nuestros imperios habrían sofocado o ahogado culturas aborígenes que tendrían el mismo derecho a existir que la nuestra. Bajo la supuesta culpabilidad de nuestro etnocentrismo, su afán fue que renunciáramos a nuestros valores para que emergieran los de las otras culturas. Pero seguramente no consideraron que el prójimo, el otro, puede generar odio y violencia, además de intentar imponernos sus valores. Algunos ven pero no quieren ver que estas culturas son más primitivas y tribales que la nuestra, en ellas, la mujer es un ciudadano de segunda clase y las tiranías la forma más frecuente de ejercer el poder.
No querer ver ni discriminar entre la cultura occidental, que es el esfuerzo de civilización más brillante de la historia de la humanidad, y las otras culturas es como no querer ver la diferencia entre la libertad en la elección de pareja de la mujer occidental y los matrimonios concertados por la familia en otras culturas. Difuminar la realidad eliminando todo tipo de jerarquía de valores es renunciar a nuestra herencia y seguir al «bobo»; y sin pasado no podemos saber quienes somos. Vigilados por nuestro pasado debemos ser capaces de poner al día los valores que permitan una vida analizada, pensada, reflexionada, es decir, una vida occidental. En caso contrario, como decía H. Arendt: «La transformación de un pueblo en horda racial es un peligro permanente en nuestros días».

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