La semana pasada hablaba del sanatorio de tuberculosos de Quintana del Puente, que tras la erradicación de esa enfermedad se reconvirtió en colonia infantil.
Con el nombre Colonia Infantil General Varela, fue destinada para hijos de militares y para hijos de los empleados del centro.
Regentada por las monjas y por militares, estaba muy bien equipada. Disponía de cine, salas de juegos de salón y de mesa, biblioteca, piscina, gimnasio, pista de patinaje, cancha de baloncesto, comedor, bar, enfermería, etc.
Sotero García Ortiz indica que diariamente había misas y rosarios, que el reglamento obligaba a educar a los niños en los principios de la moral y la religión, y que existía un régimen disciplinario duro.
La colonia reunió a centenares de niños, por lo que se contrató a personal de todos los oficios: fontaneros, carpinteros, electricistas, cocineros, mecánicos, etc. Algunos vivían en la colonia y otros no. Entre las viviendas de la colonia había chalets impresionantes, uno para el alto mando militar a cuyo cargo estaba la colonia, y otro para otro alto mando que apenas acudía por Quintana.
Los niños de Quintana del Puente y de los pueblos limítrofes podían entrar gratis al cine con la condición de no armar jaleo.
También se jugaban partidos de fútbol, niños de la colonia contra niños de fuera. Siempre solían ganar los de la colonia, pues al ser cientos tenían para elegir y formar un equipo de calidad, mientras los foráneos no tenían tanto donde elegir, ya que apenas eran los justos para formar un equipo. Tras el partido las monjas les daban un bocadillo y un refresco.
Había un niño en la colonia, Chaves, que se sabía de memoria todo lo referente a la Guerra Mundial: el nombre de todos los generales que intervinieron, las batallas, etc.
Desde su creación en 1955 hasta 1972 las monjas se encargaban de todo, incluida la enseñanza, pero el ministro de Educación y Ciencia, José Luis Villar Palasí, pretendió dar un salto de calidad y dictaminó que las monjas continuaran encargándose de la gestión, pero no de la enseñanza, para que en aras a la calidad esta fuese impartida por maestros de carrera. Para ello se creó el Patronato General Varela, que firmó un convenio con el Ministerio de Educación y Ciencia.
Esta medida provocó que las monjas se sintieran apartadas y miraran con recelo a los maestros y maestras que llegaron de fuera a impartir las clases.
Necesitaban contratar maestros para todos los cursos. La inspectora de educación propuso a Valeriano Mancebo y su mujer, Aurora, que solicitaran plaza. A él le contrataron, pero a ella no, siendo destinada a Villerías. Al ser matrimonio tenían derecho a solicitar el mismo destino público, por lo que Valeriano renunció a la colonia y se fue a Villerías. Esa renuncia sentó muy mal en la colonia, y se las ingeniaron para que en Villerías se suprimiera la plaza de niños, por lo que Valeriano no le quedó más remedio que volver a Quintana, mientras su mujer continuaría en Villerías porque la plaza de niñas no corrió la misma suerte.
Desde entonces, a Valeriano en la colonia le miraban mal tanto las monjas por suplantarlas como los militares por el desplante de haberse ido. Y además sin coche, pues lo utilizaba Aurora para ir a Villerías. Tenía que ir desde Palencia a Quintana del Puente en autobús y regresar en autostop, ya que cuando acababa las clases en la colonia ya no tenía autobús de vuelta.
Esa situación hizo que Aurora solicitara de nuevo plaza en la colonia. Esta vez se la concedieron, pero al poco tiempo solicitó excedencia debido a un embarazo de riesgo y el médico le dijo que no podía ir y volver de Palencia a Quintana todos los días. La respuesta de la colonia fue no conceder la excedencia sino algo mucho mejor: les asignaron el chalet reservado al alto cargo militar que nunca iba por allí, y además a Valeriano le nombraron director del centro.
A los profesores casados les ofrecieron casa con luz y carbón pagados. A los solteros les dieron una asignación mensual extra de 3.000 pesetas para que pudieran pagarse casa y manutención allí, según cuenta Sotero García.
Conflicto de editoriales.
Los profesores hicieron una gran labor con los niños. Instauraron actividades extraescolares cuando no existían en otros lugares y participaron en competiciones deportivas, ganando un premio provincial que, sin embargo, no recogieron debido a un enfrentamiento con la inspectora de educación, motivado por la elección de la editorial de los libros de texto que acababan de implantarse en la enseñanza en sustitución de la enciclopedia que servía para todos los cursos. La inspectora quería los de la editorial Santillana, pero los maestros de la colonia eligieron Anaya.
Ese enfrentamiento también acabó con el director de la colonia en ese momento, Alejandro Curiel, a quien no permitieron visitar a su hermana enferma pese a que vivía allí ya que trabajaba en la limpieza de la colonia, y que se vio obligado a abandonar el centro. Se fue a Ceuta, hasta su jubilación.
En 1977 los profesores de la colonia secundaron una huelga convocada en el sector de la enseñanza reclamando mejoras salariales. Sin embargo, una comunicación de la VII Región Militar, con sede en Valladolid, remitió una nota a la colonia indicando que cualquier acto delictivo cometido en un centro militar supondría ser sometidos a Consejo de Guerra, lo que sirvió para dar por concluida la huelga en este centro.
En 1988 se cerró la colonia.