Ayer murió Luis Rodríguez Martínez (Palencia, 1941), uno de esos incansables buscadores de la belleza, incapaz de seguir las directrices del mercado, las modas o las convenciones, desde su firme convencimiento de que el arte «es buscar perlas en los Mares del Sur sin salir de casa» y es, además, atraverse a plasmarlo. Apasionado de la palabra, amaba también la buena literatura y conjugaba la esencia del verbo con la de la pintura.

«Siempre he hecho lo que me daba la gana, artísticamente hablando; he seguido el camino que trazaba mi proceso natural de creación y estoy orgulloso de no haberme traicionado a mí mismo y de no hacer concesiones», afirmaba en la entrevista concedida a Diario Palentino en octubre de 2018.

Luis Rodríguez cerró su etapa expositiva en 2015, con la individual Manualidades, y algo más tarde su participación en colectivas. Cincuenta, entre unas y otras, avalaron su quehacer artístico y sirvieron para mostrar una sensibilidad exquisita en los distintos temas que abordaba, desde el mar y algunos lugares tan especiales como la Alhambra de Granada, a los bodegones. Trabajó distintas técnicas, pero fue en la acuarela donde su expresión cobró todo el sentido, tanto en el dibujo como en el color. La suya era una paleta suave, pero tan firme como sus convicciones.

La filología, los libros, la música y los viajes fueron, con la curiosidad, la investigación y la sed de conocimiento, otros de sus motores y acompañaron su obra. «De mi padre heredé el profundo amor al arte y la cultura, la intelectualidad, y de mi madre la naturaleza pura, la inteligencia natural», declaró. Una suma de genes, que condujo a Luis Rodríguez a una vida plena, en lo personal y en lo artístico. Su esposa Aurora, sus hijos y sus nietos lo saben bien. Descanse en paz.