He visto escandalizada el publirreportaje de Sánchez en las entrañas de uno de los mayores cementerios de España, el Valle de los Caídos, ataviado como un fantasma y rodeado de huesos amarillentos … y no doy crédito.
Solo a un degenerado se le podía ocurrir poner en escena semejante exhibición política inmoral e indigna.
Sánchez, un espécimen de la triada oscura (maquiavélico, narcisista y psicópata) se nos aparece ahora rebozándose entre los huesos de miles de españoles caídos, fusilados, asesinados … muertos de forma violenta en todo caso, hermanos entre sí,  e hijos todos de una de las páginas más desgraciadas de nuestra historia contemporánea.
Una guerra civil es un drama al que se llega como colofón de un fracaso político. Porque eso es lo que fue la II República, un enorme fracaso democrático, de la misma forma que el Franquismo fue una dictadura. Fracasos de libertad, de convivencia, de democracia y sobre todo de proyecto común de todos los españoles.
Se dice que si no conocemos nuestra Historia estamos condenados a repetirla.
Por eso es importante estudiar de dónde venimos para saber hacia dónde no debemos ir. Y precisamente por eso mismo,  es una aberración prohibir que se sepa la verdad, una verdad que no es sino la suma de todas y cada una de las vidas, muertes y verdades de sus protagonistas. 
Cada familia española tiene su verdad, y tiene derecho a tener su verdad. Por eso me genera un enorme rechazo el sectarismo rampante que no es sino una elaboración cicatera y falsaria, miope y egoísta que solo contribuye a sembrar odio donde hasta hace unos años no había más que historiadores. Con distintas gafas, con distintas sensibilidades, con distintas verdades, pero igual de valiosos todos ellos para reconstruir el mejor y más fiable de los relatos de ese desgraciado episodio de nuestra Historia.
La Guerra Civil no puede estudiarse desde el apasionamiento de los bandos contendientes, entre otras razones sustanciales porque acabó hace 85 años, y porque aquellos a quienes legítimamente les correspondió hacer la Paz ya lo hicieron, y lo escribieron, y lo votaron, y lo firmaron en 1978. Y es su mejor legado: la Constitución. La herencia de concordia y prosperidad de una España en cuyas reglas del juego cabemos todos, y que ahora por un puñado de votos, Judas Sánchez se empeña en traicionar día tras día.
Nuestra generación, la de Sánchez, la de Zapatero, la mía… que ni siquiera pudimos votar la Constitución porque no teníamos edad para hacerlo, no estamos legitimados para liderar ningún camino al pasado. Cualquier intento por parte de quienes tenemos menos de 85 años es una pura obscenidad que rebosa interés electoral. 
Cada familia española tiene derecho legítimo a su memoria, a su pasado y a su historia y es un verdadero acto de violencia íntima y emocional pretender imponer una memoria, un pasado y una historia oficial y de oficio. No se puede legislar sobre los sentimientos, ni sobre los recuerdos familiares ni sobre sus silencios,  que se transmiten generación tras generación. 
Da igual como quiera que se denominen esas leyes intrusivas que no son sino armas arrojadizas que traen al presente con vocación de prolongar hacia el futuro un pasado del que ningún español puede sentirse orgulloso. Cada familia tiene sus muertos, sus huesos y sus tumbas. Y si no tienen tumbas tienen derecho a ellas para enterrar a sus muertos y sus huesos.
Pero nadie, absolutamente nadie, por muy Presidente del Gobierno que sea, tiene derecho a exhibir muertos, huesos y tumbas como reclamo electoral buscando extraer de esos restos esquirlas del odio que emanaron y sufrieron por partes iguales.
Quien hace eso, quien solo busca como Sánchez envolverse en el irrespirable aire del horror para sacar rédito propio y marcar estrategia política no merece ser Presidente de nada. No merece el respeto de nadie.
Es un simple despojo de carne sin humanidad, basura sin fronteras éticas.
Cada día me pregunto con mayor preocupación cómo hemos podido llegar hasta aquí, y lo que es peor, hacia donde nos llevan quienes interesadamente buscan en la confrontación y en los más bajos instintos humanos sus intereses políticos electorales.  
Esto no es hacer política, sino destrozar el campo de juego, burlar las reglas y llegado el caso amañar el resultado. Podrá Sánchez ganar así un partido y llevarse el triunfo a su casa, pero la liga de la Historia es muy larga, y el precio de su exigua victoria demasiado caro para la convivencia entre españoles. 
Que acabe pronto esta pesadilla y que este necrófilo sectario y psicópata salga cuanto antes de la Moncloa. Echarle de ahí antes de que sea tarde es el primer objetivo de cualquier español que, con independencia de su color político, tenga dos dedos de frente.