«Con el tiempo, nuestro monasterio se convirtió en uno de los hitos donde los peregrinos que marchaban a Santiago de Compostela se detenían para rezar ante la imagen del Santísimo Cristo de Aguilar. [...] Ya en el siglo XI, la villa de Aguilar estaba dotada de alberguería, hospital y lugares donde abastecerse de lo necesario para seguir con la peregrinación». Así de contundente se muestra María Estela González de Fauve en el libro La Orden Premonstratense en España. El monasterio de Santa María de Aguilar de Campoo, editado por el Centro de Estudios del Románico, allá por el año 1992.
Se trata, sin duda, de una categórica muestra más de que el Camino Olvidado no es un mero sueño de verano y son muchos los historiadores que con sus citas han tejido un soporte documental extraordinariamente valioso que nos alienta e invita a proseguir nuestro camino. En el anterior artículo comenzábamos nuestra peregrinación en los límites provinciales con la vecina Cantabria dejando atrás Nestar, localidad que muestra un buen conjunto de casas blasonadas y escudos hidalgos y otros vestigios peregrinos.
En nuestra marcha, divisamos las peñas de Grijera, un suave altozano con dentadura afilada, desafiante al horizonte. Al fondo se deja ver el bellísimo «hongo» de las Tuerces, intuimos que en breve se presentará a nuestra vista el castillo de Aguilar, custodio de la iglesia de Santa Cecilia.
Al entrar en Aguilar de Campoo, nuestra mirada se dirige al cerro que ofrece cobijo a la iglesia de Santa Cecilia y al castillo, espíritu medieval en estado puro. Desde lo alto del cerro se disfruta una excepcional panorámica de la villa, dejando una perspectiva impresionante de la colegiata de San Miguel y la peña Aguilón. En el interior de la iglesia de Santa Cecilia, encontramos el capitel de la Matanza de los Inocentes, un guion cinematográfico en toda regla, labrado sobre una hermosa piedra.
Ya en el casco urbano, visitamos la colegiata, donde el gótico se hace presente curiosamente en unas tierras profusamente románicas. Se emplaza en pleno corazón urbano, al este de la plaza de España. Paseamos por la Ribera del Pisuerga, el nombre nos recuerda la melodía del compositor aguilarense Óscar Pascasio, aguas que van paralelas al paseo de la Cascajera.
Vamos al encuentro del paseo del Monasterio, que nos lleva sin pérdida hasta Santa María la Real. Bien podríamos considerar este cenobio la primera parada de la etapa, todo el recinto monacal es lugar de sosiego y recogimiento.
En Santa María la Real el románico se abre paso con todo su esplendor. Es obligado visitar el monasterio. Impresionante el claustro, la sala capitular y la iglesia en su conjunto. Esta desafía al poniente con una magnífica espadaña altiva y señorial, pero a la vez, fiel reflejo de sus homólogas del románico rural de Montaña.
Pero en Aguilar hay más, mucho más. Se merece una parada sin prisa, pues hay que recorrer con calma la villa, sus palacios, casas señoriales, calles porticadas, San Andrés, San Miguel, el castillo, Santa Cecilia, Santa María la Real y el inmenso patrimonio de sus pueblos... Sin duda, lugares para descubrir antes de continuar nuestra marcha.