Begoña Almeida: El oso pardo como forma de vida

Juan López (Ical)
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Premio Ical 2024 por la provincia de Palencia, fue la única mujer de su promoción en la Escuela de Capacitación Forestal de Coca, en 1988, y no se achicó con nada para acceder a trabajos 'masculinizados'

Begoña Almeida: El oso pardo como forma de vida - Foto: Eduardo Margareto (Ical)

"Mirad en qué oficina estoy yo trabajando", presume Begoña Almeida, trabajadora de la Fundación Oso Pardo en la Montaña Palentina y Premio Ical 2024 por la provincia de Palencia. Con su gran telescopio apunta hacia un roquedo, desde el Mirador de los Gigantes, para "observar, y si hay suerte, ver un ejemplar". "Hoy no es el día, pero allí veréis al menos unas cuantas ciervas", apunta con el dedo índice. La pasión de Almeida es evidente hacia el plantígrado y la conservación de la naturaleza, una aportación suya hacia un servicio personal a la especie humana; una ilusión por llevar a los más pequeños el amor hacia el entorno natural; y un arrojo para remover los obstáculos de la vida para hacer lo que quería hacer.

Es tópico, dice, que su amor por los animales llegase viendo los documentales de Félix Rodríguez de la Fuente; tópico también era entonces, y una desgracia, que hasta los años ochenta no se admitiesen mujeres en la Escuela de Capataz Forestal de Coca (Segovia), de donde es oriunda, aunque ya se considera una cerverana más, pues acudió a la Montaña Palentina tras conocer a su esposo, que era de allí.

Era la única mujer de la promoción de 1988, donde luchó "como uno más" y no se achicó con nada para acceder a trabajos que estaban denominados 'masculinizados'. Tras pasar por una unidad de extinción de incendios llegó su sueño, trabajar con osos autóctonos. Lleva 26 años tras su rastro, analizando huellas, excrementos, restos de comida, pelajes... 26 años controlando su población, estudiando sus costumbres, localizando sus oseras.

La Fundación Oso Pardo se creó en 1992, año en el que la población del plantígrado sufrió una crisis sin precedentes. Había una única hembra reproductora en toda la Montaña Palentina, aunque se observaban otras jóvenes, pero no en edad sexual, con lo que muchas de las crías nacidas en esos años fueron hijos de esta osa. Almeida entró tres años más tarde. Ahora trabaja en el Parque Natural, con casi 80.000 hectáreas, donde la situación ha mejorado notablemente: hay alrededor de 370 ejemplares en la Cordillera Cantábrica. "Doy las gracias al presidente de la Fundación, Guillermo Palomero, que apostó por mi y me dio esta oportunidad de formar parte de las patrullas. Hasta hoy, y estoy muy contenta", alude.

Uno de los momentos de más emoción en el trabajo de Begoña es el hallazgo de indicios. En un corto paseo por el monte, encuentra un excremento. Muestra y señala, con la ayuda de una pequeña rama, el interior de la hez, que deja apreciar la cáscara de las bellotas. "¡Mirad, ahí se ven!", apunta, en lo que califica de digestión "muy ligera". La información va directa a su cuaderno de apuntes, como los pelos que observa agarrados en una telera que frena el acceso de la ganadería doméstica. En otoño, la alimentación empieza con frutos secos (avellanas, bellotas y hayucos) que le proporcionan mucha grasa para pasar el invierno en hibernación, "aunque cada vez son menos los que deciden hacerla por el cambio climático". En primavera, cuando salen de la osera, su dieta se basa en hierba, brotes de tiernos de las escobas y robles (come más vegetal) y levanta piedras para comer insectos, coleópteros, lombrices, hormigueros (proteínas). Ya en verano cambia su alimentación hacia frutos carnosos como las fresas, las frambuesas, las moras, las cerezas. Y termina con un fruto que para ellos es exquisito, el pudio.

Las huellas son otro de los indicios importantes, "porque sacan mucha información". "Se puede ver si va un individuo solo, si es una osa con una cría o más, si es un macho grande… si es reciente, si es de varios días. La dirección que toma, si sube o baja, algo que no puedes saber con un excremento", anota Begoña, quien explica que uno de los apartados que más gusta a los niños que acuden a verla es la hibernación, un proceso que "autorregula todo su cuerpo".

En este periodo, la temperatura corporal baja de 39 a 35 grados y las pulsaciones de 50 a 10 por minuto. "Dentro de la osera ni defecan ni miccionan. El aparato urinario lo transforman en aminoácidos y proteínas y se quedan en un sueño invernal unos dos meses. En primavera se desperezan y salen al exterior. Las osas que van a parir lo hacen dentro de la osera para proteger a las crías y no las saca hasta primavera, con tres meses de vida", resume.

La vida de Begoña Almeida en los montes de la Montaña Palentina están llenos de buenos momentos, pero también de sustos con el oso pardo. En una de las habituales esperas al amanecer, cuando recogió todas las herramientas en la mochila sin haber visto nada, de repente escuchó algo y pensó que sería otro "paisano" sentado próximo a ella. "Entonces fui detrás de él a ver si había visto algo, que es muy importante saberlo. Se me escapaba o no quería encontrarse conmigo. Aceleré el paso y de repente frené de golpe y me caí de culo en un hayedo. Mi sorpresa fue que pasó un oso joven, se giró, me miró y rugió. Me quedé quieta y se marchó. No era una persona, desde luego", relata ahora, entre risas.

Sus aventuras por el monte dan para mucho y en otra ocasión, en la que había observado piedras grandes levantadas en el suelo (el oso puede desplazar tres veces su tamaño), se encontró de frente con una osa y su cría: "Yo me marchaba para no molestar, pero no me dio tiempo. Vino la madre, la intenté hablar y frenar y se me quedó a ocho metros. Frenó de golpe y se fue para atrás. En ese momento me retrasé, pero me hizo una segunda carga (normalmente con una te dejan en paz). Me quedé quieta de nueva y le dije que no me hiciera una tercera porque mis piernas no iban a responder. Y me entendió". Se detuvo a una veintena de metros y huyó.

En una tercera ocasión salió detrás de una escoba un oso de un "tamaño descomunal y pegó un berrido". A Begoña no le dio tiempo a verlo. "Me extrañó que no me oliera antes, porque pasé a su lado", recuerda, y menciona un proverbio indio que dice que "si cayese una pluma del cielo, el águila la vería, el ciervo la oiría y el oso la olería, con lo cual tiene muy buen olfato". Explica que "normalmente huelen y se van", pero en este caso "tenía la nariz metida en la humedad de una piedra que había levantado para comer insectos" y hasta que no levantó la cabeza y "olió un poco no se dio cuenta de mi presencia y se asustó tanto como yo, pero se fue corriendo".

Amante de los animales en general, recomienda salir al monte con los perros atados para evitar problemas con la fauna silvestre, sobre todo el oso. "Tu perro se hará el valiente, pero si decide resguardarse entre tus piernas, porque te considera macho alfa, el oso vendrá detrás de él, te lo atrae, y te mete en un problema", desliza la experta, quien aconseja también evitar dejar restos de comida porque entonces "se acostumbrarán a la alimentación humana y la buscará después en los contenedores de zonas habitadas". Incluso, concluye, cáscaras de plátano o restos de manzana, "aunque sean biodegradables".