Agotados, indignados, hambrientos algunos y sin esperanza la mayoría, los desplazados palestinos de Gaza todavía tienen fuerzas para soñar con que, tras el fracaso de la tregua humanitaria, se declare un alto al fuego permanente que ponga fin a las matanzas de civiles y a la destrucción causadas por el Ejército israelí y regresar a sus casas, los que todavía aún las conservan.
«No hay mantas, estamos a merced de la lluvia, no hay comida, en el bolsillo tengo cinco séquels (1,2 euros) para alimentar a tres personas y los precios dan miedo», explica una alterada Amma Ahmed, de 50 años y que, como la mayoría de los palestinos, no se ha beneficiado de la ayuda humanitaria que comenzó a entrar con la tregua alcanzada entre Israel y Hamás.
Algo que ha reconocido el propio Programa Mundial de Alimentos de la ONU (PMA), que ha asegurado que ha podido entregar sustentos a 120.000 palestinos, ni siquiera un 10 por ciento del más de millón y medio de gazatíes que han huido al sur intentando escapar de unos ataques que también se han desplazado a la parte meridional de la Franja, y de los más de dos millones que siguen viviendo en áreas septentrionales castigadas a diario. «Seis días, simplemente, no son suficientes para brindar toda la asistencia necesaria. La gente de Gaza tiene que comer todos los días, no solo durante seis días», lamenta la directora del PMA para la Región de Oriente Próximo, Norte de África y Europa del Este, Corinne Fleischer, en referencia a la duración de esa pausa humanitaria del pasado noviembre, resumiendo la situación en la zona con tres sustantivos: «hambre, destrucción y desesperación».
Um Gazan, de Shati Gaza, pero que se encuentra desplazada en Jan Yunes, tampoco ha tenido acceso a la ayuda humanitaria. Dice sentirse abandonada por la comunidad internacional y por los países árabes, a los que califica, llena de rabia, de «hijos de perra» por no haber frenado la masacre causada desde el 7 de octubre y que se ha cobrado más de 18.000 vidas civiles. «Yo lo que quiero es volver a mi casa. Quiero que se acabe todo esto, que haya un alto al fuego definitivo, estamos hartos. Los niños tienen hambre, tienen frío. No le importamos a nadie», afirma tras asegurar que no ha podido encontrar ni un bote de conservas para comer.
Vivir en tranquilidad
Las bajas temperaturas y la lluvia han empezado a asomarse a la Franja, donde muchas calles están repletas de gente buscando algo que llevarse a la boca, combustible o una bombona de gas. Por eso, al paso de los camiones cargados con ayuda, muchos jóvenes se abalanzan para intentar robar cualquier cosa.
Mahmud Abdelatif al Hayar tiene 28 años y asegura que está haciendo cualquier cosa para poder llegar a nutrirse: «Vendo cigarrillos, comida, lo que sea».
«Hay miedo, no hay seguridad. Que se dejen de treguas, queremos vivir, no queremos guerra», explica antes de preguntarse si es que los europeos o los egipcios son mejores que los palestinos.
«Queremos vivir. La gente tiene hambre. ¿De qué nos ha servido todo esto, eh, de qué nos ha servido? Nuestras casas están destruidas, todo está destruido. Los camiones de los que hablas, los camiones son para las escuelas de desplazados. Y nosotros, ¿no somos desplazados? Nuestras casas han sido bombardeadas. No hay justicia. Un litro de jugo cuesta 80 séquels (20 euros) una bolsa de queso que en Egipto son tres libras (0,08 euros), aquí son cinco o 10 séquels», zanja.
Para Sameh Balush, habitante del norte de Gaza y huido al sur, «la tregua solo benefició a la ocupación». «Nosotros somos desplazados y solo queremos volver a nuestras casas. A la gente que ha intentado volver al norte no le han dejado», afirma antes de asegurar que era dueño de una tienda de zapatos que los militares israelíes destrozaron.
Con aspecto agotado, Gasan al Sagar, de 52 años, también sueña con el comunicado de un alto al fuego definitivo que ya pidió esta misma semana la ONU con una mayoría abrumadora, pero con el veto de 10 países, entre ellos Israel y Estados Unidos. «Estamos hartos de la guerra, basta ya. No hay comida, ni agua, ni gas, ni tahina (pasta hecha con semillas de sésamo), ni nada. Me paso el día buscando alimentos y gas», explica, antes de insisitir como el resto de personas consultadas que no ha notado «nada» con la llegada de los camiones de ayuda.