Gran alboroto ha provocado la balacera, los coches que las ruedas con ruido abrasan, la pelea entre algunos en medio de las fiestas dedicadas a San Antolín: mal presente al mártir, visigodo patrón cuyos restos reposan en la cripta de la palentina catedral. Cuando muchas gentes se reúnen, a veces el roce provoca chispas, incendios que, como este, la población abrasa.
Hasta en las poblaciones más tranquilas, donde las noticias suelen ser minucias entre vecinos, cuando son malas, la catástrofe amenaza en cualquier momento. La seguridad entre los mortales no existe, es un concepto demasiado moderno y parcialmente falso. En el lugar más pacífico del mundo, rodeados de personas maravillosas, tranquilas, tal vez santos, puede estallar el infierno, provocado por uno solo. Un loco o un terrorista, un asesino puede irrumpir en la vida de un convento feliz, de una familia alegre, y con sus armas provocar el horror, la muerte, el dolor.
No solo con el mal sucede, también gracias a uno, que se esfuerza y lucha por saber, miles o millones pueden gozar de sus logros. Científicos o inventores, como con el premio Nobel, Alexander Fleming, al descubrir la penicilina logró que millones de personas en el mundo salvaran la vida o los miembros de las terribles amputaciones, en especial después de las batallas.
Unos pocos pueden arrojar una bomba atómica y unos pocos descubrir o inventar maravillas. La humanidad es una familia interdependiente, por eso intentamos cuidar a unos y otros, para evitar que se divulguen y extiendan ciertas armas, para educar en la paz y la tolerancia, para favorecer la convivencia. Pero la seguridad absoluta no puede existir: la libertad humana nos permite muchas veces hacer lo mejor o lo peor y matar a alguien es relativamente fácil. Somos muy frágiles. Esta experiencia de la fragilidad humana nos ayuda a vivir de un modo más profundo y cuidadoso en el mundo. En cualquier momento nos pueden llamar al otro lado, la calavera está dentro, como la sombra que nos sigue. Pero podemos vivir proyectándonos hacia lo eterno, siendo como debemos, ayudando a los demás en su camino a la felicidad.