"Soy una europeísta convencida y juntos somos más fuertes"

J. Benito Iglesias
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Fue docente de forma breve en Palencia y Villaviciosa y durante 31 años en Aguilar, en cuyo instituto coordinó durante 25 años de forma pionera programas de intercambio Erasmus

"Soy una europeísta convencida y juntos somos más fuertes" - Foto: Sara Muniosguren

Avatares del destino, su dilatada trayectoria como profesora de inglés de Enseñanza Secundaria -aunque entonces no tenía uso de razón para darse cuenta- la marcó el día en que vino al mundo. Ernestina -profesora como su marido Luis y madre de Marisa Fernández Sanz (Palencia, 7 de octubre de 1964)- se puso de parto en el colegio Modesto Lafuente de la capital, cuando la familia vivía en la casa que entonces ocupaban los maestros en la planta de arriba. «Algunos niños nacían en el hospital pero yo no llegué y la matrona que atendió  a mi madre se llamaba Martina. Mi padre quería un niño y fueron a por él, pero llegué yo después de mis dos hermanas, que me sacaban seis y siete años, y ahí ya se paró la cosa», indica.

Como no podía se ser de otra forma, empezó a estudiar en el colegio Modesto Lafuente, en el que ejercía su madre, mientras su padre era director del colegio Ave María. «Los dos eran docentes y yo he vivido esta profesión desde pequeña. La mamé especialmente de mi padre, que era una persona muy innovadora a nivel educativo. Sobre mi madre tengo que decir que, gracias a ella, hoy soy una persona muy positiva. Ella nos enseñó la importancia y el valor de las cosas,  a distinguir lo que es superfluo y dar importancia a las cosas que realmente la tienen», apunta.

 A su vez, señala que su infancia fue «muy feliz» entre juegos en la calle y al residir  junto al  paseo del Salón con sus amigas jugaba a todo lo que a la gente de su edad le gustaba en aquella época. «Las niñas lo hacíamos a la goma, a la soga y a la guerra con el balón, y los niños a las tabas o las pitas. Tengo que decir que estoy muy orgullosa de conservar a mis dos mejores amigas de la infancia , que me han acompañado siempre y en algunos momentos muy difíciles de la vida para mí», asevera.

"Soy una europeísta convencida y juntos somos más fuertes" - Foto: Sara MuniosgurenYa en los Maristas, disfrutó de la adolescencia, etapa que Marisa -como buena educadora y sufridora  de alumnos en esa franja de edad- explica que siempre «es un poco convulsa y en ella tenemos muchos altibajos, pasan cosas que no sabemos muchas veces cómo gestionar y vamos aprendiendo a afrontar la vida», expone.

Y en ese centro educativo de inolvidables recuerdos llegó hasta COU entre la grata convivencia con su pandilla y la práctica de deportes como el atletismo. «Esta actividad la recuerdo como una época muy feliz. Fuimos a dos sectores regionales, uno en Zamora y a otro en Salamanca, con el hermano Luis, que era el que nos entrenaba y había un gran equipo. Y luego, también, me acuerdo mucho de nuestro profesor de educación física, Santiago Lanza. Las niñas estábamos acostumbradas a hacer coreografías o el pinopuente y  este hombre nos hacía subir por la cuerda, usar las espalderas, saltar el potro y el plinto. Era un innovador con una gimnasia deportiva que a las niñas no se nos enseñaba hasta entonces y este hombre fue pionero en eso. También disfruté mucho en las fiestas, en las que yo, pos supuesto, siempre figuraba en el bando azul, y los bailes que organizaban los de COU para sacar dinero y sufragar parte la excursión de fin de curso.  En nuestro caso, fuimos a Lloret de Mar», rememora.

ETAPA UNIVERSITARIA. Ya en tiempos universitarios, Marisa quiso estudiar Medicina y la nota de corte se lo impidió. Lo que no esperaba al iniciar Filología Inglesa en Valladolid es que se convirtió en una profunda vocación que marcó su devenir profesional y vital. «Decidí matricularme porque pensé que iba a ser muy fácil para mí aprobar primero y, luego, acceder a Medicina. Mi sorpresa fue que, tras empezar esa carrera me gustó tanto que decidí que ya no me cambiaba. Mi época universitaria fue muy feliz, me reí mucho y tuve unos compañeros extraordinarios. Vivía en Valladolid desde el primer año con una tía mía y luego compartiendo piso con amigas. Fueron unos años muy divertidos», detalla.

Al finalizar los estudios universitarios decidió que había que perfeccionar inglés al máximo. Dicho y hecho, y con una amiga de la facultad se fue a Inglaterra un año a hacer cursos y a trabajar y esta experiencia cambió su vida por completo para siempre. «Ese año en Candridge sirvió para conocer gente de otras nacionalidades. Estábamos en la misma clase, una israelí, un iraní, un danés, un francés y hasta un japonés. Teníamos muchísimas nacionalidades y aprendimos de las culturas de otros países. Para mí supuso una apertura de mente que a día de hoy, sigo conservando. Es la que me ha hecho trabajar en internacionalización durante toda mi carrera docente. Considero importante ver cómo piensan las personas de otros países para comprendernos y entendernos», arguye.

"Soy una europeísta convencida y juntos somos más fuertes"Cuando volvió del Reino Unido pensó en la posibilidad de hacer oposiciones o  dar clases de inglés a nivel privado, pero, circunstancias de la vida, surgió una sustitución en el Instituto Alonso de Berruguete de la capital. «Fue mi primer trabajo y de ahí, decidí preparar la oposición. En el año 89 empecé mi primer trabajo como profesora titular en el Instituto Politécnico de FP, hoy Trinidad y Arroyo, en el que estuve un año y conocí a Jesús, mi marido, mi gran  apoyo y con el que sigo compartiendo mi vida. Luego acudí a Aguilar un año y, de ahí, me dieron la plaza definitiva en Villaviciosa (Asturias), pasando allí dos años entrañables. Luego concursé y pude pedir de nuevo Aguilar en el Instituto Santa María la Real», explica.

LOS PROGRAMAS ERASMUS. En el recinto docente aguilarense, rehabilitado profundamente y salvado de unas ruinas de lo que fue un  monasterio premostratense, estuvo  dando clases 31 años hasta su reciente jubilación. En este centro tuvo la oportunidad de desarrollar, de forma pionera, el germen de lo que ahora se llaman programas de intercambio Erasmus y antes asociaciones escolares. «Pedimos un proyecto subvencionado a nivel nacional, y me fui yo sola con 19 alumnos al sur de Italia, cerca de Lecce, como primera experiencia», señala.

 Lo difícil era entonces buscar centros para intercambios de alumnos en la época de los teléfonos y los faxes, en la que era muy complejo tener contacto con centros de la Unión Europea. «Un día en verano recibí una llamada de un holandés, Hans Luessink, que me comentó que estaba interesado en participar en proyectos conmigo. Hicimos una reunión en Aguilar y, poco después, en el 2000, a raíz de una idea de dos directores, uno inglés y otro holandés, se organizó un encuentro en Bruselas para intentar crear unas redes de centros y  facilitar los intercambios escolares con alumnos. Así, creamos la Red de Centros Euroschollnet 2000 con varios países, entre ellos España, Reino Unido, Holanda, Francia, Italia, Alemania y Suecia. Todo el mundo decía que si llegábamos a los cinco años ya era mucho y lo hemos mantenido durante 25. Han entrado centros nuevos y ahora los hay también de Portugal, Finlandia, Estonia y Polonia. Fuimos pioneros y yo soy una de las socias fundadoras. Gracias a estos  proyectos en estos años hemos movido unos 1.000 alumnos de Aguilar por varios países europeos. Esto les abre una ventana al mundo  para que luego ellos puedan abrir la puerta», afirma con cierto orgullo.

De este periplo formativo, los recuerdos de una profesora de inglés «de a pie», como se confiesa, le han marcado profundamente. «Soy  una europeísta convencida y pienso que realmente juntos somos más fuertes. Los países hacemos cosas por nuestra cuenta,  pero la mayor parte de las normativas y todo lo importante que se cuece está en Europa. Tenemos que ser capaces de ir a un continente fuerte y más ahora con lo que estamos viendo con Estados Unidos o China,  Si no somos capaces de quitar un poco el individualismo de cada país no vamos a poder sobrevivir como Unión Europea ante algo que no tiene buena pinta», argumenta con vehemencia.

«Tengo el orgullo de decir que he formado a gente que luego ha ido estableciendo Erasmus en sus centros. También lo he transmitido a mis hijos, Gonzalo y Alonso, que son unos europeístas convencidos. Entienden el beneficio de una Europa unida y de la diversidad y han estado escolarizados un año en el Reino Unido», se congratula.

La vida es bonita en ocasiones,  pero, en otras, da alguna que otra cornada y la de Marisa Fernández  se llama cáncer.  «Ha sido una de las enfermedades de mi familia y nos ha marcado. Mi padre murió con 65 años y mi madre con 79, también de cáncer. Mi hermana mayor, no por él pero sí a raíz de haberlo sufrido, falleció con 65. Y yo he superado dos cánceres de momento, uno de vejiga desde 2008, del que estoy operada cuatro veces, y en 2021 en plena pandemia me detectaron otro de mama que a día de hoy también parece que está ahí quieto. Eso te hace ver la vida de otra manera y apreciar mucho cada momento. La Asociación contra el Cáncer es un gran apoyo para el paciente oncológico. Sin embargo, ellos no pueden llegar a todo. Se necesita más inversión e iniciativas  que nos faciliten la vida antes, durante y después de los tratamientos», solicita.

Y como vida no hay más que una, la de Marisa ha sido muy intensa  y con su marido Jesús ha recorrido numerosos países de los cinco continentes y, por consejo de una amiga, cuando recibía tratamiento, comenzó a jugar al pádel, afición que mantiene hasta hoy. «También me gustan la danza, el teatro, la música y los idiomas y acudo algún espectáculo cuando me es posible. También la lectura, pero ya me cuesta concentrarme en ella», concluye.