Es comprensible para los que conocen bien el tema, pero también para los legos en la materia, que el cierre de un negocio o una pequeña empresa lo viva como una auténtica tragedia quien lo echó a andar, lo vio crecer y no consiguió mantenerlo en el tiempo. Y más frustrante todavía ha de ser la renuncia al espíritu emprendedor que empujó a ese empresario a embarcarse en una aventura profesional tan complicada.
Las sucesivas crisis económicas se han cebado en muchos de los proyectos puestos en marcha por emprendedores valientes y no es descartable que en algunos casos, la razón haya que buscarla en un cálculo erróneo de posibilidades o en un al estadio de mercado, pero la mayoría de los cierres se ha debido precisamente a cambios y fluctuaciones del mercado, ya fuera en su momento por el petróleo, por la burbuja inmobiliaria o, mucho más recientemente, por los efectos devastadores de la pandemia sanitaria de coronavirus. O por una suma de varias de esas razones, sin olvidar la falta de componentes o el cierre de mercados o de vías de comercialización que trajo consigo el conflicto en Ucrania y en estos momentos el que libran israelíes y palestinos en la franja de Gaza, pero también en el mar Muerto y en zonas aledañas. Todo ello ha repercutidos en el trabajo de nuestras mercantiles pero, así como las grandes, tienen un soporte y unas bases potentes que les permiten seguir adelante aunque recorten beneficios, a los pequeños les hiere de gravedad, cuando no de muerte.
En la provincia de Palencia asistimos, por noveno consecutivo, que no es poco, a una caída de la cifra de autónomos, que ahora está en 12.495, y precisamente donde más se han reducido esos trabajadores por cuenta propia es en los sectores más numerosos, como el campo, el comercio, la construcción, la hostelería y el transporte. No pueden afrontar el alud de problemas que se les viene encima. Les falta liquidez unas veces, disminuyen los clientes por culpa de la inflación y las apuradas economías domésticas, aumentan los precios de muchos componentes y productos, tienen que cumplir con obligaciones financieras pese a la disminución de los ingresos o no cuentan con las ayudas y apoyos suficientes por parte de las administraciones. Es triste dar cuenta de ello, pero no tiene ningún sentido hacer oídos sordos al clamor de estos pequeños empresarios o cerrar los ojos a su realidad. Súmese la competencia de las grandes marcas, el exceso de burocracia, las exigencias en los controles de calidad o los costes salariales en el caso de los que tienen algún empleados y nos dará la suma exacta del desastre. Y la situación no invita precisamente a los jóvenes a iniciar un camino tan difícil.