La soledad siempre se ha visto como un accidente en el que un buen día te quedas viudo-a, tu familia te da la espalda, te vas al paro o una adicción te margina. Sin embargo, hoy en día podría ser una consecuencia de la pandemia porque el confinamiento al que estuvimos sometidos nos ha hecho caer en una doble trampa: la de un aislamiento tecnológico (que nos desconecta realmente de los demás al no practicar la enriquecedora virtud de escuchar y al descartar la saludable costumbre de quedar para vernos) y la de otro aislamiento disfrazado de «autocuidado merecido» (comida a domicilio, atracones de series, gimnasio o baño con copa de vino y velitas). Estamos empezando a acostumbrarnos a evitar todas las fricciones que puedan suponer relacionarse con los demás. Parece que tenemos bastante con socializar de manera obligada en el trabajo o en la familia (ya ni con los vecinos), por eso podemos permitirnos el lujo de elegir la soledad en nuestro tiempo libre. Quedar con alguien se ha convertido en algo tan tedioso como limpiar la casa o hacer la compra. Nos cuesta mantener amistades porque a medida que crecemos las repeticiones y los lugares recurrentes -el mismo bar, la mima gente- desaparecen y requieren de nosotros un esfuerzo activo que cada vez estamos menos dispuestos a soportar. Hacer y, sobre todo, mantener amistades exige tener iniciativa, estar dispuesto a hacer sacrificios, proponer e incluso estar abierto al rechazo, a la frustración de que te den largas o a que llegado el momento de la cita ya no tengamos ganas. Las relaciones necesitan repetición, estructura, rituales y hábitos. Y eso cansa. Por eso evitamos todo aquello que nos pueda fatigar, porque vivimos en una sociedad obsesionada por no sufrir. La gran paradoja es que, a pesar de ello, miramos con nostalgia nuestras viejas amistades. Así, es posible que la soledad no deseada termine siendo resultado de esa soledad deseada que expulsa poco a poco a los demás en aras del «estar bien». Pero, como todo lo que merece la pena en la vida, hay que correr el riesgo. En España y según los últimos estudios, el problema de la soledad no deseada curiosamente tiene más incidencia entre los jóvenes; lo cual resulta sorprendente porque han nacido y crecido en la llamada era de las comunicaciones. La desestructuración familiar tiene mucha culpa de esto. Ya en el Génesis el Señor Dios se dijo «No es bueno que el hombre esté solo»…