"A inteligente me ganarás, pero a burro no"

Fernando Pastor
-

Arturo Dueñas, de Esguevillas, comenzó a salir con una chica de Alba de Cerrato, Ana María, y para verla recorría en caballo los pocos kilómetros que separan las localidades. Al volver, ya muy tarde, se quedaba dormido, pero el caballo sabía llegar

"A inteligente me ganarás, pero a burro no"

Los burros son animales nobles y trabajadores. Muy listos, aunque eso no les exime de ser también muy tercos. Una de las cosas que parece imposible es hacerles andar hacia atrás.

En este sentido, un compañero de la Facultad de Derecho, Rubén de Pedro, contaba que en su pueblo, Luelmo de Sayago (Zamora), el señor Martín tenía un burro al que herraba periódicamente. En una ocasión el potro en el que le ponían para sujetarle y herrarle era algo más pequeño de lo habitual y la única forma de poder hacerlo era intentando que entrara de culo. Pero como los burros se niegan a andar hacia atrás tuvo que emplearse a fondo a empujones. En ello estaba el señor Martín, porfiando a empujones con el asno, cuando le espetó al burro una frase que bien podría pasar a los anales de la antología: «A inteligente me ganarás, pero a burro no». Y, efectivamente, a burro ganó el señor Martín, pues aunque a empujones logró su propósito. 

Años después esa anécdota inolvidable la he visto reflejada en el Cerrato, concretamente en Esguevillas de Esgueva. 

"A inteligente me ganarás, pero a burro no"Allí vivía un matrimonio que nunca discutía por nada, por lo que algunos convecinos decidieron ponerles a prueba provocando que discutieran. El ardiz elegido fue animar al marido a tratar de meter al burro en la cuadra andando hacia atrás, con le esperanza de que la mujer le reprendiera por lo absurdo de la ocurrencia. Pero pincharon en hueso ya que la mujer asintió diciendo «bueno, pues si otras veces lo has metido andando hacia delante, dale, dale, prueba a ver si también entra andando hacia atrás».

En Alba de Cerrato hubo quien pretendió meter al burro en el corral sin despojarlo de la carga.

 Era relativamente frecuente también que los burros no entraran en la cuadra directamente sino que lo hicieran por la puerta principal de la casa, enfilando el pasillo y hasta el fondo que solía dar a la cuadra.

Otra cualidad de los burros, compartida con los caballos, es el sentido de la orientación. 

En días (y noches) de niebla cerrada era preferible dejarles rienda suelta que seguir la intuición propia, casi siempre equivocada.

Cuando iban con ellos a las labores agrícolas, sobre todo a cosechar, que iban a intempestivas horas de la noche, mucho antes del amanecer, el sueño solía vencer a los agricultores y se quedaban dormidos en el carro que les llevaba a las eras, pero los animales que tiraban del mismo sabían perfectamente qué parcela de la era y dónde tenían que desviarse del camino.

Arturo Dueñas, de Esguevillas, comenzó a salir con una chica de Alba de Cerrato, Ana María, y para verla recorría en caballo los pocos kilómetros que separan estas dos localidades cerrateñas aunque de distinta provincia. Al volver, ya muy tarde, se quedaba dormido, pero el caballo sabía perfectamente el camino, páramo a través, y al llegar a la trasera del corral agitaba la cabeza para que Arturo se despertara. 

Tiempo después Arturo cambió el caballo por una moto para ir a Alba. No se sabe cuál era peor, ya que la carretera estaba llena de hoyos que cuando llovía se llenaban de agua y Arturo llegaba con sus botas negras chorreando. En una ocasión una avería en el motor provocó a su vez que la batería dejara de producir luz. Le ocurrió en la cuesta denominada La Desesperada y, al quedarse sin luz en la bajada, se salió de la carretera cayendo en la cuneta y dándose contra una mata.

 Logró reincorporar la moto a la carretera con gran esfuerzo, ya que cuando subía la parte delantera se le caía la trasera y viceversa.

En Esguevillas había estación de servicio, a la que acudían a por gasoil los vecinos de Población de Cerrato con un burro o una mula, subiendo el Murallón por la Cañada Real. 

Uno de ellos, Pablo, entre ir y volver echaba el día entero, por lo que su mujer le recriminaba una tardanza que él justificaba en que en la gasolinera tardaban en llenarle los bidones, aunque lo cierto es que aprovechaba el viaje para pasar un buen rato en el bar. Por ello a menudo regresaba con alguna copa de más, pero la mula conocía el camino y regresaba sin problema. El lo reconocía, ya que cuando le decían «¿pero cómo vas así, si hay muchas curvas?», respondía «ya sé que hay muchas curvas, y yo veo más curvas que las que hay, pero no importa, la mula no falla, yo puedo beber a gusto, no es como si condujera un coche».