Tiene el gesto del portero de discoteca (1,88 metros y 99 kilos) contrariado porque un cliente amenaza con estropear una noche apacible, y también tiene el gesto del niño (26 años) que recibe un premio o un halago y se muere de vergüenza en público, y también el gesto del vasco sonriente, noblote y disfrutón, agradecido por las oportunidades que la vida le ha dado, capaz de beberse el litro en dos tragos. Y los tres gestos cohabitan alternados o al mismo tiempo en Jon Rahm, el mejor jugador del golf del mundo, dispuesto a ganar este fin de semana su segunda Ryder Cup (en el 17,5-10,5 de París 18, ganó su mano a mano a Tiger Woods).
Y eso que el gran duelo entre Europa y los ‘USA’ tiene un enorme puente tendido con el gigante de Barrika, que desde los 18 años ha estudiado y desarrollado su carrera deportiva en Estados Unidos, que está casado con una estadounidense (Kelley Cahill) y que en San Diego ganaba este curso, un 21 de julio, el Abierto de Estados Unidos, su primer grande, el único español de la historia en haberlo conseguido. Fue la cúspide de un año extraordinario, de una vida extraordinaria, y para encontrarle explicación al enésimo ‘milagro’ del golf español hay que rebobinar precisamente hasta una Ryder Cup, la disputada en 1997 en Valderrama.
El origen
Allí acudió, invitado por unos amigos, Edorta Rahm. Se enamoró del juego y al año siguiente se hizo socio del Club de Golf de Larrabea, donde ya en 2003 inscribió a sus dos hijos, Eriz y Jon (aunque los primeros golpes del genio no llegarían hasta 2004, en el pequeño ‘pitch & putt’ del Club Deportivo Martiartu). El crecimiento fue brutal en poco tiempo: su corpachón, espalda ancha y brazos poderosos, le proporcionaban una potencia diferencial con sus adversarios. De hecho, es de los elegidos capaces de lanzar la bola a más de 300 metros con el ‘drive’, a una velocidad de ‘swing’ como pocos golfistas en el circuito.
La rabia y la fuerza estaban ahí cuando en 2012 cruzó el Atlántico para estudiar Comunicación y seguir formándose como jugador en la Universidad de Arizona State (en cuyo equipo de golf figuran leyendas como Phil Mickelson o Paul Casey). ¿Lo mejor? Que encontraría la armonía necesaria para calmar su ansia ante el error, a veces demasiado pasional. ¿Lo peor? Que dejaría atrás sus visitas a San Mamés (ha llegado a realizar el saque de honor) como gran aficionado al Athletic que es: su abuelo Sabin fue delegado de los equipos inferiores, en Lezama, durante más tres décadas.
Un gigante en la Ryder
El cambio
El cambio en su forma de ver la vida y el juego, su fortaleza mental intentando aplacar a la bestia que llevaba dentro, se puede resumir en tres palabras. Rutina. Garra. Ambición. Las llevaba escritas en su mano izquierda cuando, con sólo veinte años, conquistaba en Japón el Campeonato del Mundo Amateur (España fue bronce y él, ganador individual, lograba un legendario 23 bajo par, cuando récord de Jack Nicklaus, de 1960, era de -17). El nombre del mítico golfista americano, el gran ‘Oso Dorado’, se cruzaría en el camino de ‘Rahmbo’ dos veces más: primero, en 2016, cuando recibió el galardón ‘Jack Nicklaus’ al mejor jugador universitario; segundo, en 2019, cuando ganó el Memorial Tournament en casa de Nicklaus y alcanzó, 31 años después de que lo hiciese Severiano Ballesteros, el número uno del mundo. Para el cántabro fueron las primeras palabras de Jon Rahm cuando ganó el US Open. Sin ‘Seve’, nada de esto (ni una Ryder en España 97 ni un gigante en Barrika) sería posible.