Un museo es, según la RAE, un lugar donde se conservan y exponen colecciones de objetos artísticos, científicos, etc. La segunda acepción, porque esta es la primera, indica además que es una institución sin fines de lucro cuya finalidad consiste en la adquisición, conservación, estudio y exposición al público de objetos de interés cultural. La tercera lo define como lugar donde se exhiben objetos o curiosidades que pueden atraer el interés del público, con fines turísticos. Hay una cuarta pero a tenor de su contenido parece menos interesante y directa porque alude a lugares destinados al estudio de las ciencias, letras humanas y artes liberales. Sobre los contenidos de estos centros las explicaciones son tediosas porque hay museos para todo tipo de objetos de, por regla general, manufactura antrópica. Sería una lata. Simplemente porque el ser humano acostumbra a atesorar recuerdos de muchas formas y una de ellas está basada en mantenerlos presentes en edificios o lugares que cumplen una misión elemental que no es otra que la de preservarlos en la memoria colectiva como ejemplos significativos y útiles. Luego, tras la visita a un centro de estas características, cada cual puede sacar el provecho que desee o sencillamente limitarse a pasar un rato más o menos agradable. Llama la atención, eso sí, el interés del nuevo ministro de Cultura, Ernest Urtasun, por abrir un debate sobre la descolonización museística en España. El afán, de claro tono revisionista, recuerda a aquellas pugnas dialécticas entre maoístas y leninistas durante la Transición para apropiarse de la verdad absoluta, aunque es fútil. Más que nada porque ahora mismo más interés que los colonialismos culturales lo tienen las condiciones y seguridad de la mayoría de los centros y las, valga la reiteración, condiciones de sus trabajadores. Cómo decirlo… en vez de preocuparse, por ejemplo, por la etnia y procedencia del Negro de Banyoles -cuya devolución y posterior entierro en un país equivocado parecieron más propios de una novela de Eduardo Mendoza que de la realidad- quizá merezca la pena preocuparse -otra reiteración- por asuntos importantes. Y los hay. Hacer el ridículo a veces cuesta muy poco. Descolonícese usted, señor ministro.