«Defenderemos nuestra isla, cueste lo que cueste. Lucharemos en las playas, en las pistas de aterrizaje, en los campos y en las calles. Lucharemos en las colinas, nunca nos rendiremos». Las palabras pronunciadas en 1940 por Winston Churchill, mientras las bombas de la Alemania nazi caían sobre Londres, resuenan hoy más que nunca y evocan a otros líderes actuales, en un mundo marcado por los conflictos bélicos y unas tensiones geopolíticas cada vez más evidentes.
Ese espíritu indomable le valió al que fuera dos veces primer ministro del Reino Unido el apodo de bulldog inglés. A 150 años del nacimiento del hombre que guió a los aliados a la victoria de la Segunda Guerra Mundial, su legado es solo un recordatorio más de que la acción, el liderazgo y las alianzas marcan la diferencia a la hora de insuflar ánimos a una población frente a un agresor externo.
Churchill llegó al poder en mayo de 1940, en medio de una Europa en llamas y tras una carrera militar marcada por su ambición y osadía. Antes de dedicarse a la política, participó en conflictos como el de Sudáfrica, de donde se vio obligado a escapar tras ser capturado como prisionero. Durante los siguientes años, manifestó gran interés en la tecnología de combate y demostró su capacidad de mando en la Primera Guerra Mundial siendo primer lord del Almirantazgo.
Pese a algunos sonados fracasos en aquella contienda y sus polémicas posturas acerca del colonialismo, Churchill fue visto como el candidato más adecuado para llevar el timón del Reino Unido, en una época oscura en la que el entonces premier Neville Chamberlain había dejado a los británicos huérfanos de una figura fuerte cuando el avance de Adolf Hitler parecía imparable.
A través de una oratoria inspiradora y una visión estratégica decisiva, el político conservador fue uno de los primeros en alertar sobre el peligro de los autoritarismos, incluso cuando otros prefirieron mirar hacia otro lado.
Unificó a su pueblo frente al nazismo y, con el paso del tiempo, entendió que ninguna nación podría enfrentarse en solitario a un enemigo común. Así, haciendo uso de su capacidad de convicción y su tenacidad para conformar alianzas, forjó un vínculo con Estados Unidos y la Unión Soviética -pese a que siempre se mostró escéptico con el régimen de Stalin-, que fue crucial para la victoria en la contienda frente a las Potencias del Eje.
Su disposición a colaborar con dirigentes ideológicamente opuestos a su política evidenció que incluso las diferencias más profundas pueden superarse y su habilidad para identificar el poder de las alianzas sentó un precedente para los conflictos posteriores.
De hecho, una vez terminado su primer mandato (1940-1945), se convirtió en un firme defensor de la OTAN, creada en 1949 bajo el pretexto de contener la expansión de la URSS. Ya en su segunda legislatura (1951-1955), en plena Guerra Fría, consolidó el compromiso de su nación con la Alianza Atlántica y promovió la unidad del continente europeo frente al comunismo.
Esa misma retórica resuena en la actualidad, cuando varios líderes globales se han unido para hacer frente a desafíos similares. Al igual que lo hizo el británico entonces, el presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, aprovecha sus discursos para mantener la moral alta y labrar apoyos más allá de sus fronteras. Mientras, con el régimen soviético ya extinto, la comunidad internacional trata de contener a un Vladimir Putin cuyas ambiciones recuerdan a la de aquellos años.
Lecciones por aprender
Pese a que Churchill es ampliamente ensalzado por su gestión, también son varias las controversias en torno a su figura, admirada y debatida a partes iguales. El premier británico fue acusado de negligencia durante la hambruna de Bengala (1943), que causó entre dos y tres millones de muertos, y su postura sobre las colonias británicas, especialmente con la represión en los movimientos independentistas en la India, fue muy cuestionada.
Por eso, su legado es también una advertencia de que los grandes mandatos tienen sus sombras.
Además, fue conocido por su fuerte carácter y sus hábitos personales, en los que los puros y el whisky se convirtieron en sus dos inseparables, un fiel reflejo del espíritu indomable de aquel bulldog que frenó a Hitler. Hoy, 150 años después de su nacimiento, Churchill sigue siendo para muchos una fuente de inspiración y un recordatorio de que, incluso en las épocas más oscuras, el liderazgo puede cambiar el curso de la Historia.