La construcción de la actual plaza de abastos fue la respuesta municipal a una apremiante necesidad higiénica y estética de la ciudad. A finales del siglo XIX ya se habían concluido las obras del edificio de la nueva casa consistorial y si a los ojos del alcalde de turno la imagen que ofrecía la plaza principal era extremadamente pobre y poco agraciada por la suciedad que a diario generaba el mercado que con bastante anarquía y desorden se establecía en ella, peores eran las condiciones higiénicas bajo las que se ejercía la venta de carnes, pescados, hortalizas y frutas. La mercadería se realizaba tanto en los soportales como sobre el pavimento de la propia plaza, así como en venta ambulante, sin olvidar también la existencia de despachos de alimentos en los propios portales de algunas viviendas de la ciudad. Desde hacía siglos, la plaza Mayor, epicentro de la ciudad, se había convertido en el lugar donde a diario se realizaba el mercado. Frente a esta situación, era necesario hacer lo que ya se había hecho en otras ciudades: construir un edificio para mercado o plaza de abastos para mejorar las condiciones de higiene y calidad de los alimentos puestos a la venta.
Durante las últimas décadas del siglo XIX no hubo regidor que pasase por la casa consistorial que no planteara la urgente necesidad de construir la necesaria plaza de abastos. Pero el problema estaba, sobre todo, en la difícil situación económica por la que pasaba la tesorería municipal. Después de veinte años de obras y litigios, el Ayuntamiento había concluido en 1878 las obras de su nueva casa en la plaza Mayor y las arcas del erario municipal estaban sin recursos suficientes como para acometer una nueva obra como era la construcción del deseado mercado cubierto.
BUSCANDO UN LUGAR. Pasaron muchos alcaldes por la casa consistorial y pasaron muchos años sin que la necesaria plaza de abastos fuese una realidad. Juan Martínez Merino, primer alcalde constitucional de la restaurada monarquía ya vio la necesidad de hacer ese mercado. Era el año 1875, pero el Ayuntamiento carecía de fondos y era más apremiante concluir las obras de la nueva casa consistorial. Pocos años después, el alcalde Pedro Romero volvió a plantear esa necesidad del mercado cubierto, pero la economía municipal aún seguía sin poder permitírselo.
Vieja, no. Antigua, sí - Foto: Julián García TorrellasSe sucedieron varios alcaldes y la necesidad del mercado cubierto fue un proyecto municipal que no cayó en el olvido. Buscando un lugar donde poder edificarlo se pensó en la calle de la Tarasca (actual Joaquín Costa) donde el Ayuntamiento disponía de varios edificios, uno de ellos la Escuela de Magisterio. A la propuesta se opusieron algunos concejales teniendo en cuenta la escasez de recursos del municipio, pues si se derribaba esa escuela habría que construir una nueva. En 1883 se tomó el acuerdo de construir la plaza de abastos en la calle de los Herreros (actual calle de Colón) en terrenos y huerta del llamado Palacio de Tordesillas.
El tiempo fue pasando sin hacerse nada, aunque también se vio desde el Ayuntamiento la posibilidad de que fuese un particular quien tomase la iniciativa de construir y explotar la demandada plaza de abastos. Para ello, se habló con uno de los vecinos más pudientes como era el farmacéutico y empresario Isidoro de Fuentes, quien rechazó la oferta municipal ante la indefinición sobre los solares destinados para edificar el mercado. Ocho años después, y no habiéndose acordado nada al respecto, el concejal y exalcalde Pedro Romero presentó una moción en el pleno municipal con la propuesta de que el mercado cubierto se construyera en la calle de Menéndez Pelayo (entonces nominada Barrionuevo), a la cual se tendría acceso desde la calle Mayor tras abrir una nueva calle en lo que entonces era el callejón o Patio de Castaño.
La plaza de abastos eran tan necesaria que en las peticiones que desde sus páginas cursaba El Diario Palentino a los poderes públicos con motivo del recién estrenado 1892, el periódico reclamaba como necesidad apremiante para la ciudad la construcción del anhelado mercado cubierto. Tuvieron que pasar otros dos años sin hacerse nada al respecto, hasta que a principios de 1894, a propuesta del concejal Manuel Carande, se tomó el acuerdo de que el mercado cubierto fuese construido en la denominada calle de la Tarasca. Ahora, acordado ya el lugar donde sería construida la plaza de abastos, tan solo faltaba disponer de los solares necesarios, redactar un proyecto y adjudicar las obras de construcción, no sin olvidar que para pagar la obra hacía falta que las arcas de la tesorería municipal no estuviesen vacías.
Vieja, no. Antigua, sí - Foto: Julián García TorrellasNUEVO ARQUITECTO MUNICIPAL. El proyecto de la plaza de abastos fue encargado a Juan Agapito y Revilla, un jovencísimo arquitecto vallisoletano de 26 años de edad. Formado en la Escuela de Arquitectura de Madrid, y tras un primer trabajo como arquitecto de la Delegación de Hacienda en Zaragoza, el joven arquitecto municipal trabajó para el Ayuntamiento palentino durante poco más de seis años. Consiguió la plaza de arquitecto municipal en una oposición a la que se presentaron seis candidatos y renunció a la misma seis años después, al haber conseguido la misma plaza en su Valladolid natal. A pesar de los pocos años que trabajó para el Ayuntamiento palentino, la obra de Agapito Revilla perdura con importantes obras realizadas, como la plaza de abastos, las escuelas de La Puebla (actual colegio público Modesto Lafuente) y la restauración del ábside de la seo palentina. Un proyecto que no llegó a ejecutar fue el de una infraestructura tan necesaria para la ciudad como la acometida de aguas, aunque sí hizo los estudios y proyectos oportunos. También fue el autor de la primera monografía publicada sobre la catedral palentina.
En cuanto al futuro mercado cubierto, Agapito Revilla redactó un proyecto bastante original para aquella Palencia de finales del siglo XIX. Al estilo de los modernos mercados construidos en otras ciudades -entre ellos los de su Valladolid natal- optó por la utilización del hierro como material novedoso en la construcción de edificios al tener los beneficios de ser duradero e incombustible, permitiendo grandes espacios abiertos.
Esta vez lo de construir el mercado cubierto iba en serio. Apenas doce meses después del acuerdo de edificarlo en la calle de la Tarasca, el Ayuntamiento ya disponía de todos los solares (tuvo que comprar alguno) y el arquitecto Agapito Revilla había concluido su proyecto, cuyo presupuesto de ejecución era de 199.798,25 pesetas. A mediados de 1895, lo único que faltaba era convocar el correspondiente concurso y adjudicar la obra. Tan solo hubo dos empresas interesadas en su ejecución: los talleres palentinos de Petrement y un empresario astorgano. La oferta de Petrement fue la más ventajosa al proponer unas condiciones en las que rebajaba los gastos, lo que suponía un considerable ahorro para las arcas municipales.
Vieja, no. Antigua, sí - Foto: Julián García TorrellasCOLOCACIÓN DE LA PRIMERA PIEDRA. En plena feria de San Antolín, como un festejo más incluido en el programa festivo, se procedió a la colocación de la primera piedra del tan anhelado mercado. Como no podía ser menos, tratándose de una gran obra municipal, aquel acto celebrado el 4 de septiembre de 1895 se revistió de toda solemnidad.
Reunidos en el Ayuntamiento a las diez de la mañana, y tras firmarse el acta de colocación de la primera piedra, todas las autoridades emprendieron camino hacia el solar donde tres años después debería estar construida la plaza de abastos. Alcalde y concejales, obispo y algunos canónigos, gobernadores civil y militar, presidente de la Diputación, mandos militares y altos funcionarios del Estado componían un vistoso cortejo que se hizo acompañar por la banda de música del Regimiento de Infantería de Toledo.
La primera piedra fue bendecida por el obispo. El gobernador civil echó la primera paletada de cal. El alcalde accionó una polea y la primera piedra quedó depositada en el subsuelo del mercado junto con una caja de zinc en cuyo interior se depositaron el acta firmada minutos antes en el Ayuntamiento, junto con una copia del proyecto y los ejemplares de la prensa local del día.
De acuerdo con el plazo de ejecución de la obra, se había previsto que la plaza de abastos estuviese terminada en un plazo de tres años para poder ser inaugurada en las ferias de San Antolín de 1898. Durante ese trienio, mes tras mes, los palentinos fueron testigos expectantes y curiosos de cómo se iba ejecutando aquel mecano de piezas de hierro que iban dando forma al mercado cubierto cuyas fachadas centrales sobresalían sobre los tejados del resto de edificios sin mayor competencia en altura que las torres de las iglesias y las espadañas de algunos conventos.
LA INAUGURACIÓN NO FUE POSIBLE EN FERIAS. En 1898, España estaba abatida por la pérdida de las ultimas colonias. Los ánimos no estaban para mucha feria y menos cuando a diario por la estación palentina se veía la llegada de trenes procedentes de Santander con los soldados malheridos y enfermos que regresaban de la guerra de Cuba. La inauguración de la plaza de abastos hubiese sido el único acto destacable de un mermado y parco programa festivo. Pero como muchas veces ocurre, los plazos en las obras públicas no se cumplieron y más cuando el proyecto original se alteró con modificaciones añadidas.
La inauguración del mercado cubierto no fue posible hasta tres meses después. Se fijó la fecha del festivo 8 de diciembre para inaugurar la plaza de abastos. El acto se previó para las doce del mediodía. Al igual que con la colocación de la primera piedra tres años antes, en el Ayuntamiento se dieron cita la corporación municipal y demás autoridades civiles y militares; las religiosas no pudieron asistir. Desde la casa consistorial hasta el mercado, el cortejo fue acompañado por la Banda Municipal de Música y por el estruendo de los cohetes que se lanzaban para anunciar tan importante evento. La plaza se llenó de gente, tanto por curiosidad como por necesidad. La curiosidad de ver por dentro el nuevo mercado y la necesidad de un trozo de alimento, pues el Ayuntamiento anunció que con motivo de la inauguración se repartirían 500 panes entre las familias más pobres de la ciudad.
El arquitecto Agapito Revilla quiso narrar cómo había sido todo el proceso de construcción de esa monumental plaza. Pero el ruido del gentío apenas dejó oír su voz. Así que cuando llegó el turno del alcalde, este se limitó a proclamar oficialmente la inauguración del nuevo edificio sin más palabras ni discursos. La plaza de abastos quedó inaugurada, pero su recepción definitiva por parte del Ayuntamiento no tendría lugar hasta abril de 1901. La construcción del nuevo mercado fue la obra de cuatro alcaldes: con Valentín Calderón se tomó el acuerdo de su construcción, con Juan Polanco se colocó la primera piedra, durante el mandato de Eduardo Raboso se realizó su construcción y Emilio Romero la inauguró.
La plaza fue inaugurada el día de la Inmaculada, y por curioso que resulte, cuando en toda inauguración no faltaba la bendición de lo estrenado, en esta ocasión no la hubo, pues el obispo no pudo asistir a este acto al celebrarse en la catedral misa mayor con impartición de bendición papal a la misma hora en la que la plaza de abastos quedaba inaugurada.
EL DEVENIR DE LA PLAZA. Días antes de la inauguración, el alcalde dictó un bando advirtiendo que la venta en la plaza Mayor, en los portales y por las calles se había acabado y que a partir del día siguiente todos al nuevo mercado cubierto.
El interior de la plaza daría cobijo a un total de 156 puestos de venta. La iluminación y la ventilación quedaban garantizadas por el acristalamiento perimetral del edificio. En el interior del mercado los vendedores estarían más resguardados que a la intemperie de la plaza Mayor, y como lo que se buscaba era ante todo la higiene y salubridad, una fuente con varios caños presidía el centro del nuevo mercado, si bien hasta 1930 la totalidad de los puestos de venta en casetas no dispuso de agua corriente.
Aún no había cumplido treinta años de vida cuando la plaza de abastos ya se había quedado pequeña. Se compraba a diario y a diario había que hacerlo en ella. En la década de los años veinte ya se vio que, ante la demanda de puestos que había, o bien se ampliaba o bien se edificada una nueva plaza. Ni se hizo una cosa ni la otra. Lo que sí se hizo fue una reordenación de puestos en el interior, pues el caos y la anarquía que el mercado pudo tener cuando se celebraba en la plaza Mayor ahora parecía haberse adueñado de la plaza de abastos. En 1935 se tomó el acuerdo de incrementar el número de puestos mediante la construcción de 26 casetas exteriores adosadas a una de las paredes laterales.
PELIGRO DE DESAPARICIÓN. No han sido pocas las ocasiones en las que a lo largo de su vida la plaza de abastos ha corrido el serio peligro de desaparecer. Como lo que no se cuida y se mantiene se deteriora, a mediados de los años 40, sin haber cumplido aún medio siglo de existencia, su imagen interior y exterior eran tan deplorables que hasta el mismísimo cronista local llegó a plantear en las páginas de este periódico que había «que proceder al derribo de ese estrambote de hierros retorcidos». Por fortuna, la plaza de abastos superó el primer golpe.
En los años sesenta se volvió a plantear la desaparición de la plaza de abastos por otra nueva. Se argumentaba que se había quedado «vieja y pequeña». La solución parecía pasar por la construcción de un nuevo mercado en el solar de propiedad municipal que había sido cuartel de la Guardia Civil. Por fortuna, la idea no se llevó a cabo. La plaza de abastos superó una nueva amenaza de desahucio y en aquel solar se construyeron los edificios para Biblioteca Pública y Archivo Histórico Provincial y una central de Telefónica.
Llegó la década de los setenta debatiéndose en el Ayuntamiento qué se podía hacer con la plaza, al parecer solo había dos opciones: derribarla y construir una nueva o cerrarla y dedicar ese edificio para otros usos. La primera opción era la que podía tener más posibilidades, pero fueron los vendedores de la plaza de abastos quienes haciendo piña consiguieron salvarla.
Siendo ya octogenaria, y con los achaques propios de la edad, por fin el Ayuntamiento tomó la decisión más acertada de conservar esta edificación sometiéndola a una profunda reforma entre mayo de 1982 y noviembre de 1983. La plaza de abastos se salvó, aunque en los años siguientes tuvo que hacer frente a nuevas circunstancias, nuevos hábitos y la competencia de los supermercados y centros comerciales.