Sostiene mi compañero y amigo José Antonio Zarzalejos ("Felipe VI, víctima de la fracasada abdicación de su padre", El Confidencial, 3 de junio de 2024) que la inducida renuncia de don Juan Carlos al trono, cuyo décimo aniversario acaba de cumplirse, se produjo en el contexto de una "operación de Estado" tardía que dejó sin resolver los problemas que Felipe VI ha tenido que afrontar con un alto coste.
Es un análisis demasiado inclemente con las personas implicadas en aquella operación de alto riesgo: el entonces presidente del Gobierno, Mariano Rajoy (PP); el jefe de la oposición, Pérez Rubalcaba (PSOE) y el director del CNI (Servicios de inteligencia).
Para desembocar en el reproche a una decisión que "sin duda se diseñó mal y se ejecutó todavía peor", Zarzalejos se basa en elementos verificables y verificados de la realidad. Por ejemplo, el altísimo riesgo de haber activado a las fuerzas "opuestas pero destructivas" e igualmente perjudiciales para la continuidad de la Corona. A saber: una derecha monárquica incapaz de asumir lo que es un rey parlamentario y una izquierda distante o abiertamente contraria a la institución.
Lejos de mí el propósito de objetar las tesis de Zarzalejos, juiciosas, bien fundamentadas y siempre comprometidas con los valores constitucionales. Pero ahora toca ser positivo y celebrar el "tiempo nuevo" anunciado por Felipe VI en su discurso de proclamación (19 junio 2014, ante las Cortes Generales).
De cara a las celebraciones que se preparan en este décimo aniversario del acceso al trono del hijo del ahora llamado rey emérito, prefiero centrarme en el elogio de quien se ha convertido, a mi juicio, en la figura pública más creíble en la defensa de la ejemplaridad de su alta magistratura (la ejemplaridad que no tuvo su padre), así como de los ahora maltratados valores constitucionales.
Así que, frente a una cirugía de precisión con efectos retroactivos de lo que pasó entre bastidores para transitar entre la abdicación de Juan Carlos y la proclamación de Felipe VI, me quedo con una terapia bienintencionada que se centre en el público reconocimiento de que, hoy por hoy, la Corona se lleva la palma entre las altas instituciones del Estado a la hora de respetar y hacer respetar la Constitución.
Dicho en otras palabras: mejor celebrar eso que no hurgar en una operación improvisada (la de la primavera de 2014) que de todos modos, y por muy mal que se hubiera llevado a cabo, no rompió nada. Ahora puede ser hasta contraproducente recordar lo que se hizo mal en aquel momento difícil para la supervivencia del sistema. Sobre fondo de un vacío legal que condicionó la tarea de los artífices del proceso sucesorio. Personalmente, creo que, a pesar de los pesares, evitó males mayores.