Fui a celebrar al hogar materno la divina maternidad que nos congrega en las fiestas navideñas. Las imágenes de los belenes se suceden con el alboroto comercial, regalos, banquetes, familia, amistades y tiempo dedicado a enviar o responder felicitaciones. En las personas de provecta edad es común la fatiga con paseos o lecturas, la televisión es entretenimiento fácil. Al lado de mi venerable madre intento trabajar en labores sencillas, casi mecánicas, con el ordenador, mientras los programas televisivos pasan espantándome. Apenas se cantan villancicos, ni antiguos ni renovados; la cochambre intelectual, estética y moral invade la pantalla. Deterioro de la edad, entre fatiga y dolores, envuelve a mi querida madre. Las noches son alargadas, pero las fiestas alegran las calles heridas por gélidos vientos, con bombillas que asemejan estrellas.
La fragilidad es una característica humana muy importante que dejamos relegada. Intentamos crear mundos asegurados, firmes, permanentes, pero hay pobres, miserables, heridos, ancianos, niños... Me llega a las manos un texto de uno de los más importantes autores de nuestra literatura, Baltasar Gracián, quien dice en el Comulgatorio: «(...) y los que no reconocen en el pobre a Dios, tampoco conocen a Dios hecho pobre.» Sirve para los indefensos, para los frágiles. Uno de los pilares de nuestra civilización y su estabilidad es la compasión y ayuda a los más débiles, complementándonos. Pero no solo son frágiles los otros sino también el mundo y los pretendidamente fuertes. La posibilidad de un cambio climático, terremotos, el impacto de un asteroide en la Tierra o una guerra atómica mundial muestran la general fragilidad sobre la que creemos caminar fuertes, con firmeza.
Los frágiles no son para pisotearlos, como hacían en otras civilizaciones, entre griegos o romanos, aztecas y otras gentes de mentes aterradoras o abyectas, como los nazis. Algunos creen como en nuevos dogmas en la fuerza tecnológica que nos ha de salvar de todo, pero no parece posible tal fe; solo funciona parcialmente. Somos muy limitados, también mentalmente, no solo al calcular o relacionar o combinar, frente a los ordenadores o la Inteligencia Artificial, sino cuando comparamos nuestra existencia con la eternidad o la historia del universo y su extensión. Somos solo un punto en el espacio y el tiempo.
No había posada para María y dice Gracián: «He aquí que no halla cabida en el mundo el que no cabe en los cielos». Y ante el recién nacido se arrodilla, hombre y Cristo, divinidad con rostro humano. Lo Infinito se concentra en lo finito, en la forma fragilísima de un tierno bebé, necesitado de muchos cuidados y de cariño. El papa inaugura ahora el jubileo de la esperanza. El mundo la necesita y, aunque las guerras o enfrentamientos políticos prodiguen el odio, parece fundamental confiar, esperar, pues si sembramos amor alrededor recogeremos el fruto de la paz.