Hay en nuestra ciudad una iglesia y una torre con su espadaña donde una pareja de cigüeñas decidió un buen día hacer su nido. Construyéndolo a base de esfuerzo y de un sinfín de viajes de acarreo de pequeños palos, plásticos y hierbas del campo; para convertirlo luego en su hogar familiar y cuidar también bajo su cobijo a sus crías cada año.
Y así de año en año, felices ellas en su hogar, y marcando un pequeño atractivo para las gentes que pasaban junto a la iglesia y elevaban su mirada hacia arriba; viéndolas siempre tan presumidas y pizpiretas, y entrechocando su pico durante unos segundos varias veces al día.
Todo transcurría así de manera rutinaria en su nido, que solamente dejaban vacío y desatendido durante unas horas en el día para ir a buscar su comida diaria; y, cuando era su tiempo, también la comida de sus crías. Porque ni lo abandonaban ya durante el invierno.
Pero un día de principios de este diciembre pasado, recién estrenada la tarde, un camión de bomberos se posicionó en medio de la calle junto a la iglesia y se acordonó el contorno. De inmediato, desplegó su escala de muchos metros hacia arriba, con dos operarios en la cesta final de la escala, y se plantó frente al nido de nuestras cigüeñas, ausentes en aquel momento.
Los operarios del parque, tras divisar el panorama procedieron de facto a retirar el nido de nuestras cigüeñas; no sin cierto trabajo por su parte por lo muy compactados que estaban los elementos del mismo. Depositándolo a continuación en un camión de la empresa municipal de limpieza, camino del vertedero.
Vencida la tarde, la pareja de cigüeñas regresaría como de costumbre a su hogar en lo alto de la torre, encontrándose con que ya no tenían hogar donde recostarse, porque su nido había desaparecido.
Permaneciendo ellas durante toda la noche en lo más alto de la espadaña de la torre a pie firme y a cuerpo gentil, girándose en una y otra dirección como si echasen en falta algún elemento donde poder acomodarse. Pero fue en vano, porque habían sido desahuciadas.
Y así, al raso de la noche y del día, siguen pasando jornada tras jornada; sin ninguna otra perspectiva a corto plazo.