Las imágenes de la Antártida impresionan, prácticamente, a cualquier persona que las observa a través de la televisión y en vivo esta sensación es todavía mejor. Así lo asegura una de las privilegiadas que ha podido acercarse al continente helado, la palentina Zaida Ortega Diago, una de las ochenta científicas de todo el mundo que participaron en la expedición del programa internacional Homeward Bound. Partió hacia el sur del planeta desde el puerto de la ciudad de Ushuaia (Argentina) el pasado 3 de noviembre y se prolongó hasta el día 22. De hecho, esta estancia inolvidable le dejó huella y admite que volvería a repetirla en el futuro.
«La experiencia fue fantástica. No me la esperaba tan impactante. Había visto muchos documentales y había leído muchos textos sobre la Antártida, pero estar allí es diferente. El viaje fue muy intenso, especialmente los primeros días, cuando estábamos algo sobrepasadas por toda la belleza del lugar, al ser tan salvaje y tan extremo», explica la ecóloga de Soto de Cerrato, que también hace un balance muy positivo de la formación que recibió en el barco Usuhaia Voyage y que, como todo el programa (del que forma parte desde 2019), está orientado a crear una red mundial femenina de líderes en las áreas Stemm (siglas en inglés de Ciencia, Tecnología, Medicina y Matemáticas).
En el paso de Drake, que separa Sudamérica de la Antártida, Ortega divisó, cuando el tiempo lo permitía, varios albatros y otras aves marinas; mientras que en la isla Media Luna (en el archipiélago de las Shetland del Sur) observó ejemplares de foca de Weddell, una especie autóctona. «Pude ver a un bebé que estaba solo y poco después llegó la madre para amamantarlo. Fue una observación muy afortunada. Una científica que venía con nosotros y que tiene más de 30 años de experiencia en la Antártida nunca lo había visto», declara la ecóloga, que en la actualidad ejerce como profesora en el área de Zoología de la Facultad de Ciencias Biológicas y Ambientales de la Universidad de León (ULE).
Asimismo, cita otros animales que fotografió durante su periplo por el continente, que incluyó 17 paradas en islas y en diversos puntos de la península antártica, la zona más al norte del sur de la Tierra. Entre los seres vivos que se trajo en la tarjeta de memoria de la cámara, y que ahora podrá utilizar en sus clases y en actividades de divulgación, figuran los pingüinos barbijo y papúa, tres especies de focas y las ballenas jorobadas.
«Los días que el cielo lo permitía desembarcábamos», recuerda Ortega, quien explica que la tripulación planificaba varias propuestas por si la meteorología y las variaciones del hielo respecto a años anteriores por el cambio climático no dejaban llevar a cabo la idea inicial. «Todos los días había plan A, plan B y plan C y se hacía lo que se podía. Cuando no podíamos tomar tierra hacíamos un crucero en zódiac entre los icebergs», añade.
Por otro lado, la científica palentina hace hincapié en las masas de hielo flotantes. «Tuve la suerte de ver un iceberg que se dio la vuelta y al girarse vimos hielo negro», declara. Pese a este nombre, es prácticamente transparente. «Fue una sorpresa porque lo vimos girar y apareció un hielo que, por su color, parecía una escultura. Fue increíble», declara. En este punto, aclara que también existe un hielo que es de color negro, pero que se debe a la ceniza volcánica que arrastra.
Además, respecto al agua en estado sólido, admite que tanto a ella como a las compañeras de viaje les impactaron «mucho» los diferentes tonos de azul que tiene el hielo. «Todo el mundo piensa en la Antártida como el continente blanco, pero hay muchos matices de azul en el hielo», explica.
En cambio, en el tintero se quedó la salida para observar los pingüinos emperador por culpa de la gripe aviar. «Hubo medidas extraordinarias de bioseguridad porque aún no ha llegado oficialmente esta enfermedad a la Antártida, pero sí a lugares como las islas Malvinas. Entonces, se quiere evitar su propagación. Había que desinfectar las botas de goma y no podíamos posar nada en el suelo en los desembarcos para no transmitir los virus. Y no podíamos acercarnos a ningún animal. Había que tener mucho respeto», comenta.
En este punto, Ortega explica que tampoco pudieron ir a ninguna base científica. «Intentamos varias veces ir a Port Lockroy y a la base ucraniana, la única que está aceptando visitantes, pero no pudimos desembarcar por el hielo. Estuvimos al lado de alguna más, pero no había nadie porque los científicos aún no habían llegado», lamenta.
MÁS ACTIVIDADES. La formación se impartía en el Ushuaia Voyage y estaba orientada a reforzar el liderazgo de las mujeres y a buscar sinergias entre ellas. Además, presentaron sus investigaciones en el Symposium at sea (Simposio en el mar). La ecóloga de Soto explicó su trabajo sobre la biología térmica y la ecología del movimiento de los animales vertebrados, así como los efectos del cambio climático sobre ellos. Tras este encuentro, está generando proyectos para fomentar la presencia de mujeres en la Ciencia. «Después de la estancia en la Antártida, he ido con Marga Rivas de la Universidad de Cádiz, otra de la participantes, a la Universidad Nacional de Córdoba (Argentina) a un seminario para empezar a extender estas redes con gente de la zona».
Por último, destaca que estas clases fueron muy interesantes porque podrá aplicar para comunicarse con otros científicos y con los estudiantes. «Nos enseñaron a liderar en entornos complejos, en alumnos de trauma y para sacar lo mejor de las personas. En el ámbito científico, los estudiantes están sometidos a mucho estrés y saber estas herramientas ayuda bastante», concluye.