Nuestros antepasados vivían con el valor del honor y la palabra como principios de convivencia. Vivimos un tiempo en el que el valor de la palabra parece que está dejando de tenerlo. O eso, al menos, es lo que nos intentan normalizar algunos dirigentes políticos. Por sus acciones les vamos conociendo. Mientras, los ciudadanos asistimos perplejos ante decisiones que antes de las elecciones generales del 23 de junio pasado nos vendían como el 'infierno' y ahora nos aseguran que son el 'cielo'.
El señor Sánchez y su partido siempre han condenado los atentados terroristas etarras y han cuestionado gobernar con partidos como Bildu; también comulgaron con la decisión del entonces Gobierno del PP para evitar que en Cataluña se declarase una república independiente sin respetar la Constitución y el Estado de Derecho, cuyos hechos terminaron en condena de personajes como Puigdemont, aún prófugo de la Justicia.
Llegaron las elecciones generales del 23 de junio pasado y el mensaje socialista en la campaña seguía siendo el mismo, hasta que Sánchez obtuvo, de nuevo, el poder en Moncloa y comenzó a denigrar el valor de su palabra dada antes de las elecciones (que no habría amnistía a los procesados del golpe de estado en Cataluña; que evitaría gobiernos de Bildu en las instituciones vascas y navarras…). La palabra de Pedro Sánchez y su partido ya no tenía valor ante los ciudadanos, porque después de las elecciones 'su ética' les permitía cambiar de opinión, sin más. Y todo para obtener los votos independentistas del partido de Puigdemont y otros, y admitir su chantaje para conseguir, entre otras exigencias, la famosa amnistía. Por cierto, qué falacia que el PSOE defienda que esta amnistía 'catalana', en plena democracia, es comparable con la amnistía a presos franquistas, consensuada por una sociedad española que salía de una dictadura.
El valor de la palabra dada a los ciudadanos antes de las elecciones por Pedro Sánchez se ha convertido en el valor del engaño a la ciudadanía, sobre todo a los que le votaron, lo que en países democráticamente serios se consideraría un fraude electoral. Y todo por obtener el poder a cualquier precio, admitiendo la amnistía -ya veremos si también el referéndum de independencia-, la condonación de deuda a los desastrosos gestores públicos catalanes -primando así a los que no cumplen con el rigor de las cuentas públicas, y castigando a las comunidades autónomas que sí cumplen con la ley-, permitiendo que ahora Bildu gobierne, por ejemplo, en Pamplona -desbancando a UPN que gobierna con el PP-, y quién sabe en qué instituciones más van a permitir los socialistas que gobierne este partido extremista vasco que aún no ha condenado públicamente el terrorismo etarra. Conviene recordar que el PP permitió que el PSOE gobernara en Vitoria para evitar que lo hiciera Bildu.
Y todo para qué. No por la convivencia de los españoles, sino para que Sánchez se mantenga en el poder que le han otorgado estos partidos como Bildu o los independentistas catalanes con sus condiciones -partidos que cuestionan permanentemente el Estado de Derecho y la Constitución, mientras el actual PSOE calla y otorga-. Es decir, el poder por el poder, no por el servicio a los ciudadanos. El fin justifica los medios.
Con este breve bagaje de hechos consumados, señor Sánchez, ¿dónde está el valor de la palabra dada a los ciudadanos antes de las elecciones?
Y mientras, la ciudadanía asiste perpleja y confundida por estos cambios de roles y estatus que nos vende el presidente Sánchez. Trabajadores, autónomos, empresarios, estudiantes, pensionistas… ven subir escalonadamente los precios de los alimentos, de los bienes de consumo básicos y otros que forman parte del sistema de vida que nos hemos dado; que soportan cada vez más impuestos -con lo que la subida salarial o de las pensiones anunciada se convierte en papel mojado-, mientras el Gobierno de Sánchez gasta y gasta del erario público con discrecionalidad y sin control, generando un déficit que llama negativamente la atención de los economistas y expertos en gestión del dinero público. Y si hay que apretarse el cinturón, porque Europa lo pudiera exigir, ya sabemos quiénes serán los paganos: los ciudadanos.
El 'cielo' que nos quiere vender ahora Sánchez se está convirtiendo en un 'infierno' para la sufrida sociedad española, sin horizonte claro para la economía y el empleo, que exige más y mejor gestión de sus servicios públicos, y menos ideología y cambios de opinión interesados que menosprecian el voto de los españoles. Esperemos que este 'infierno' no permanezca mucho tiempo y, como narraba Dante en La Divina Comedia, se nos permita intentar viajar al 'paraíso' purgando los pecados de la clase gobernante y respetando los valores que una sociedad democrática debe preservar. Entre ellos, el valor de la palabra.