Si la prevención en materia de salud es imprescindible siempre -léase la práctica de hábitos adecuados en alimentación, ejercicio físico o el control de la ingesta de azúcar y sal, amén de evitar el tabaco y el alcohol, así como las revisiones periódicas- de cara a evitar afecciones y patologías que puedan resultar graves, incapacitantes, incluso mortales, todavía cobra mayor relevancia en el mundo del trabajo. Las analíticas, electrocardiogramas, mediciones, pesajes, pruebas de audición y oftalmológicas, control de alergias e intolerancias, espirometrías y cuantas parezcan oportunas, en función de la actividad que se desarrolle y de los materiales y sustancias que se manejen, han de ser el santo y seña de las empresas y de los trabajadores. Para prevenir, para acudir al especialista ante la más mínima alerta o para extremar cuidados y precauciones o un oportuno cambio de puesto de trabajo, donde no haya una exposición tan acusada a patógenos o a elementos que conlleven peligrosidad.
También es conveniente examinar los espacios de trabajo, para evitar posturas forzadas o incomodidades y molestias que puedan degenerar en patologías musculares, articulares u óseas, cuando no en jaquecas, procesos asmáticos o afecciones de la piel y las mucosas. Con las pruebas periódicas a las personas y los exámenes rigurosos de las condiciones de trabajo, no solo mejorará el rendimiento, sino también la salud, imprescindible, a la postre, para el adecuado funcionamiento de un proceso productivo. Y es cierto que se practican en la mayoría de los sectores y ámbitos profesionales, pero quizá no con la meticulosidad y la amplitud de miras necesarias. Y en eso, como en otros aspectos de la seguridad y la higiene en el trabajo, las cosas son mejorables.
Hubo un tiempo no tan lejano en que la minería del carbón se cobraba vidas -desprendimientos, explosiones provocadas por el grisú- y dejaba tras de sí un número importante de personas enfermas, en su mayoría de silicosis, una neumoconiosis -patología pulmonar- que puede ser simple o complicada. Consecuencia de la inhalación constante de polvos inorgánicos en concentraciones altas, la mayoría de los afectados eran los trabajadores de los pozos de interior y de manera especial los picadores, que eran los más expuestos. Muchos se veían obligados a dejar el trabajo muy jóvenes porque su silicosis era incapacitante, además de no tener ni tratamiento ni cura. Otros podían hacer vida más o menos normal, pero fuera de la mina. Hoy en día, desaparecida en su totalidad esa minería en la Montaña Palentina, siguen llegando al Instituto Nacional de Silicosis, en Oviedo, nuevos casos desde la provincia. Son antiguos mineros -de las explotaciones a cielo abierto, que fueron las últimas en cerrar-, pero también trabajadores de marmolerías y de actividades similares. Las medidas de protección deberían encaminarse a evitar todo esto, pero queda camino por recorrer.