En otras épocas, la gente asumía que salvo el credo todo era discutible; ahora ni el confundido clero alemán y belga parecen tenerlo tan claro. La regresión intelectual más fuerte que estamos viviendo es el ataque masivo a la humildad. Los románticos sienten así, que el debate intelectual ha quedado en un segundo plano, y ese sentimiento es por principio cierto. Al ser la voluntad la única brújula vital, la prepotencia y la soberbia no son debilidades del espíritu, sino instrumentos necesarios para el ejercicio de la libertad personal.
Al leer Cartas del diablo a su sobrino hay un consejo diabólico que resalta, con especial intensidad, animar a que el sujeto tentado piense en el pasado o en el futuro y nunca en el presente. Todos sabemos que eludir el momento actual es la forma más cómoda de parálisis y de evadir las responsabilidades presentes. La clave son las consecuencias de nuestros actos y su impacto en el futuro.
La envidiable juventud, esa decreciente (en lo numérico) generación que nos tiene que sustituir, no ha aprendido de nuestros errores. Vivir sin meditar el impacto de nuestros actos es inmaduro, irresponsable y en el fondo, un ejercicio de estupidez. Crecemos para aprender de las consecuencias de cada acción que emprendemos.
En este campo, la Historia es extraordinariamente útil, porque nos enseña lo que otros más listos han hecho mal. Resalto este hecho, porque hay más errores en la acción colectiva que aciertos y si me apuran, los actos heroicos individuales suelen ocultar fallos sistémicos de las sociedades. Este análisis no es una defensa del fatalismo o un cinismo existencial, sino un ejercicio sano de prudencia.
La escritura no fue un invento más, sino la ventana a un conocimiento más allá de la propia experiencia personal. Este pequeño salto en la sabiduría es acumulativo. La caída del imperio romano y los siglos posteriores de oscuridad no fueron fruto de un fanatismo religioso; se debió principalmente al analfabetismo estructural. Hasta la llegada de la imprenta no había una forma práctica de proteger el conocimiento.
La cultura de la cancelación, una contradictio in terminis, aspira a borrar el pasado al prohibir la libertad de expresión. Una sociedad que no lee es propensa a la manipulación, pero sobre todo renuncia a aprender de los que nos precedieron. No se me ocurre mayor forma de estulticia que despreciar la experiencia ajena. La esperanza es el tesoro a preservar por cualquier ser humano.