En el Patio Herreriano de Valladolid se expone una muestra cultural de tres escenas que nadan en un arte de acción desobediente: la performance. Para dotar de rigidez expositiva e historicidad al argumento de la muestra, se exhibe un retrato de Carreño Miranda del Prado, aquejado de enanismo y obesidad, conocido síndrome de Prader-Willi, que nos habla de fondos visibles y ocultos en el Museo, son okupaciones y sus okupas penetran de forma inesperada en nuestras vidas, sin avisar ni pretenderlo.
La exposición hay que verla. En la escena primera hallamos una pintora que vino a vivir poco y a morir en nuestra Palencia en 2006, encima del antiguo bar La Bota, que visitaba para mantenerse con vida e impedir que las sustancias prohibidas acabaran con ella, como ocurrió.
Patricia se apartó de exposiciones y buscó el underground, donde se encontraba a gusto. Sus obras son collages de muchas escenas, reflejo de su realidad caótica a la que se entrega sin lucha. 
El tema del cuadro son las preocupaciones de nuestra sociedad, la belleza, el sexo representado por una corista que enchufa dos cables y entre ellos se lee «sexo», la religión con una Inmaculada y una escena de su cotidianidad con mecedora y cama rodeadas de dibujos. Trabajo atractivo, pintado con frescura de comic, que accede a nuestro interior sin avisar y se fuga en cualquier     momento.     
La obra de Patricia Gadea del Reyna Sofía y del Herreriano está sin cerrar. Construye un perchero para colgar nuestras vidas desposeídas de servidumbres e incertidumbres, porque lo fugaz se lo llevó ella. Su temática desde lo canónico parece aberrante, destructiva, transformadora, pero con una visión personal oculta que toca la libertad con las yemas de los dedos.
Su recompuesta biografía construye mi recuerdo, mi anamnesis, poesía en evolución, en insospechado cambio que aparece o desaparece como los okupas tras el desorden que dejan en cada okupación. 
En Palencia permitimos ser okupa con causa, a una gran pintora.