Los condes de Buendía, pertenecientes a la familia Acuña, residieron en Dueñas, localidad que convirtieron en feudo de su señorío en los siglos XV y XVI. No sin polémica, pues los vecinos de Dueñas se opusieron, tanto por vía armada como judicial, al citado señorío que les otorgó Juan II en 1439. Por este motivo construyeron un palacio que constituyó su morada y que se conoce aún hoy como Palacio de los condes de Buendía.
Este inmueble se comunicaba con otros edificios. Por ejemplo, con voladizos hacia las dependencias de la servidumbre. O con la iglesia del convento de San Agustín para poder escuchar la misa sin salir de casa, aunque dentro del propio palacio disponían de altar ya que el condado tenía patronazgo sobre el convento. También con la plaza, para poder participar en fiestas, mercados y otras actividades desde casa.
Disponía de caballerizas, de fragua, cría de venados y otras actividades económicas. Albergaba artesonados y antigüedades de gran valor.
Rosina
Fue residencia de alcaldes y corregidores, lugar de reuniones conspirativas de nobles y magnates, así como escenario de importantes acontecimientos históricos. Allí tuvo lugar el primer encuentro entre el futuro rey Enrique IV y su prometida Blanca de Navarra.
El palacio fue alojamiento de Fernando el Católico la víspera de su boda. Llegó disfrazado de arriero y tirando él mismo de los caballos, para no ser reconocido. La familia Acuña, emparentada con Fernando, apoyó a Isabel en su pugna sucesoria por el trono de Castilla. Ya casados, los Reyes Católicos también se alojaron aquí. En él nació su hija Isabel. Tras enviudar, en este palacio se casó Fernando en 1506 con Germana de Foix.
También albergó a Juana y Felipe el Hermoso, a su hijo Carlos V, a Felipe II, al Príncipe de Gales, al Duque de Medina Sidonia, etc.
Cuando la familia Acuña se quedó sin descendientes fue trasmitido a otros títulos nobiliarios y, a raíz de la desamortización de Madoz, vendido en 1841 a una familia eldanense, concretamente a Tomás de Cuadros, que pagó por él unos 55.000 reales.
Pese a ser declarado Conjunto Histórico Artístico en 1967, en la actualidad se encuentra en estado de ruina, por lo que ha tenido que ser adquirido por el Ayuntamiento de Dueñas.
Este escenario cerrateño con tanto pasado es en el que se desarrolló otra historia mucho más cercana y entrañable. La de Rosina.
La familia Cuadros, última propietaria del palacio mientras fue habitable, tenía un cachicán o capataz, encargado entre otras cosas de llevar la contabilidad de la hacienda. La hija de este, Rosina, hacía las veces de ama del cura y de sirvienta de la señora, Pilar de Cuadros, una mujer muy devota, que acudía diariamente a misa al cercano monasterio de La Trapa en una carroza tirada por un caballo.
En una ocasión, cuando Rosina servía el desayuno a la señora, vieron que había un ratón dentro de la leche, y Doña Pilar le dijo «vete a poner otro tazón de leche, pero este no se puede tirar, este te lo tomas tú».
Rosina asintió, pero cuando fue a preparar otro tazón de leche dio el cambiazo y finalmente fue Doña Pilar quien se tomó la leche en la que había caído el ratón.
Cuando llegó a la vejez, el cura para el que trabajaba no quiso ingresarla en la residencia de Cevico de la Torre, por no gastar dinero, por lo que quedó prácticamente abandonada.
La recogió una señora de Dueñas, Minuca, quien además le compró los enseres que tenía Rosina: un sillón de paja viejo, un rosario con seis misterios, decenas de misales, un libro sobre la historia de México, un diccionario con 200 años de antigüedad correspondiente a la primera edición que se hacía en un solo volumen (hasta entonces los diccionarios se publicaban en dos tomos), etc. En general, cosas sin demasiado valor para Minuca (de hecho la mayoría de ellas las tiró) pero que servían de excusa para ayudar económicamente a Rosina.
Cuando hubo relevo de sacerdote, el entrante sí se interesó por Rosina. Se hizo cargo de pagar la residencia de Cevico de Torre para que estuviera allí atendida, hasta su muerte.