Puede usted pensar que Pedro Sánchez ha salido bastante triunfante de la locura de una moción de censura que mañana habrá pasado al olvido. No era difícil ganar en ese esperpento montado por otros. También puede usted creer que el hecho de que nada menos que el presidente de China le llame para hablar de alta política internacional es un éxito personal del inquilino de La Moncloa. Y tendrá usted razón, las cosas como son.
Pero tampoco podemos desconocer la existencia de serios nuevos problemas en el panorama nacional: por ejemplo, al presidente de un Gobierno que necesita reformas urgentemente le han salido dos nuevos brotes conflictivos que muestran un estado de cosas catastrófico en áreas tan importantes como Justicia e Interior.
Nadie ha querido, por lo visto, dar demasiada importancia al hecho de que una magistrada prestigiosa, progresista, Concepción Sáez, haya dimitido como vocal del Consejo del Poder Judicial por la situación insostenible de esta institución, varada desde hace casi cuatro años y medio. Pero, si usted une este hecho al de la parálisis de cientos de miles de juicios por una huelga de personal que la titular del Ministerio, Pilar Llop, parece incapaz de solucionar desde hace más de dos meses, tendremos una radiografía aproximada de la situación que se vive en este Departamento.
Claro que la dimisión de la señora Sáez ha quedado algo opacada por la de la directora general de la Guardia Civil, María Gámez, que solo a la hora de su marcha, debida a la imputación de su marido en un caso de presunta corrupción, adquiere cierta notoriedad: su paso por el Cuerpo, sometido a tensiones como 'el caso cuarteles' ha sido insignificante, por mucho que el ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, diga ahora que la sido la mejor directora de la Benemérita en 178 años. Ni es eso así, ni lo es que en el Departamento encargado de nuestra seguridad, enfrentado a un proyecto de ley que causa profunda división en la sociedad, todo marche a la perfección. Más bien las controversias, las desavenencias, el mal funcionamiento de algunos sectores son la tónica del día a día.
Carece de sentido que, cuando se asoma a la recta final de la campaña de las elecciones municipales y autonómicas, y cuando ya solo quedan, en principio, siete meses para las legislativas, Pedro Sánchez mantenga una estructura de Gobierno desgastada, incapaz de enfrentarse a nuevos retos, donde muchos ministros no se dirigen la palabra, donde las confrontaciones con las ministras de Podemos son constantes y cada día más sonadas. Resulta increíble para cualquier observador solo medianamente atento que los portavoces monclovitas insistan en que el presidente solo tiene intención de cambiar a las dos ministras que se presentan como candidatas a las elecciones del 28 de mayo y continuar con el resto incólume hasta diciembre, tratando de hacernos creer que el funcionamiento del Ejecutivo roza la perfección.
Pienso que Sánchez no debe centrarse solamente en sus ensoñaciones de cara al exterior, pensando que el hecho de haber sido llamado a Pekín por Xi Jinping le consolida como un estadista entre los estadistas, que ya está en el selecto círculo de los que de verdad cambian el mundo. He defendido y defiendo que la acción exterior española de la mano de Albares ha mejorado con respecto a los predecesores, y que hay que apoyar al Ejecutivo ante la presidencia europea del último semestre del año. Pero creo también que la actividad de un Gobierno se define por el buen funcionamiento de todos sus ministros, no solo de cuatro o cinco. Y nunca he dejado de pensar, desde que Sánchez asumió la presidencia del Gobierno, va a hacer cinco años, que las formas, en política, son tan importantes como el fondo. Y a don Pedro Sánchez las formas, la empatía con el ciudadano, le fallan de manera casi estrepitosa. Necesita darse a sí mismo (y a su Gobierno) un golpe de timón. Acordarse de que es mortal.