El exministro de Consumo y todavía coordinador general de Izquierda Unida a la espera de su relevo, Alberto Garzón, ha acertado en las dos últimas decisiones políticas y personales que ha adoptado. Acierta cuando decide abandonar la vida política y no optar de nuevo a ser diputado por el movimiento Sumar, en el que se integra IU, para dar paso a la renovación en las tareas políticas y dedicarse a sus asuntos personales y familiares, y ha acertado al renunciar al trabajo en una consultora dirigida por los exministros José Blanco (PSOE) y Alfonso Alonso (PP) por las reacciones críticas que ha encontrado a su fichaje que era un claro asunto de "puertas giratorias", derivado de su paso por el Gobierno de coalición.
Con su primera decisión, Alberto Garzón seguía el camino trazado por otros dirigentes de Izquierda Unida, como Julio Anguita que volvió a ejercer de maestro, o como antes Gerardo Iglesias, que aunque fuera de forma más nominal que efectiva, volvió a la mina. O como Rubalcaba que volvió a dar clases a la Universidad. El exministro había dicho que volvería a su profesión de economista, que se orientaría a la docencia y a las colaboraciones en medios de comunicación, además de a dedicar más tiempo a su familia y a apartarse de las luchas fratricidas, que tanto tiempo ocupan en las organizaciones de izquierda más celosas de mantener su espacio, aunque sea minúsculo, que deseosas de la unidad.
El segundo acierto de Garzón ha sido renunciar al trabajo que había elegido, tras las críticas que había recibido desde el espacio político en el que ha desarrollado toda su carrera. El acierto no viene por haber sucumbido a las críticas, algunas muy duras y no exentas de un punto de revancha en el fondo y en la forma como la realizada por Pablo Iglesias, con quien firmó el "pacto de los botellines" que dio lugar a la formación de Unidas Podemos, sino por el ejercicio de coherencia que ha realizado y que supone un sacrifico personal en beneficio del proyecto izquierdista que ha representado y que con su decisión laboral podía verse afectado política y electoralmente.
Por ese motivo cobra más sentido su renuncia a "hacer daño al espacio político para el que ha trabajado" y a quejarse de que la política es "una trituradora de personas" máxime cuando cree en una izquierda "menos prejuiciosa e inquisitorial, es más heterodoxa y humana y, sobre todo, tiene una concepción del Estado y de la política donde lo importante no es el lucimiento personal en términos de pureza izquierdista, sino tener más influencia en todos los espacios posibles", en abierta respuesta a las críticas de Pablo Iglesias.
Pero, en efecto, aunque fuera después de las críticas de los suyos, Garzón ha decidido actuar como la mujer del césar y parecer y ser honesto con aquellos que confiaron en su liderazgo y tratar de que hubiera la menor distancia posible entre lo que se predica para todos y lo que se hace particularmente. Es muy posible que de haber tenido noticia de cuál sería la reacción de sus correligionarios no habría tomado la decisión de fichar por un lobby como Acento.
Tampoco hay que perder de vista que existe una visión en la izquierda y de la izquierda que, si presume de una mayor superioridad moral, sus líderes también están obligados a una mayor coherencia política y personal.