Hoy se cumplen 77 años de la toma de posesión de la primera plaza que ocupó como maestra Sagrario Sevilla, inicio de una carrera docente de más de 41 años. Nacida en Fuentes de Valdepero en 1926, por entonces tenía solo 20 años.
Esa primera plaza, como interina, fue en Támara de Campos, cobrando 6.000 pesetas al año (en metálico y en Palencia: tenían que ir a la capital a cobrar todos los meses). Para ir, la estación más cercana estaba en Piña, así que iba en tren hasta allí y andando o en bicicleta a Támara. Lo mismo, a la inversa, para volver.
Su siguiente destino fue Tabanera de Cerrato, donde fue testigo de violencia de género en la casa en la que se hospedó. El marido pegaba a la mujer, y tuvo que intervenir ella diciendo que no hay nada que lo justifique. Tras el incidente, la señora le dijo a Sagrario que le iba a hacer la cena a ella, pero no a su marido, y que cogería el coche de línea de las 7 de la mañana para irse de casa. La intermediación de Sagrario reconcilió a la pareja. No fue el único pueblo en que presenció escenas similares.
Peripecias de una maestra con vocación
Después la destinaron a su pueblo, Fuentes de Valdepero, lo que aprovechó para tras acabar la jornada escolar, a la 5 de la tarde, merendar en casa e irse todos los días en bicicleta al centro San Isidoro de Palencia para preparar las oposiciones que le posibilitaran obtener plaza fija. Tenía clase de 7 a 9, por lo que se quedaba a dormir en casas de unos familiares y por la mañana regresaba a Fuentes con su bici para dar clase. Estuvo así dos años, aunque en los meses de invierno no iba.
La bicicleta era su medio de transporte desde siempre, y cuando estudiaba en Palencia solía llevar comida, teniendo que sortear el fielato. En cierta ocasión, a punto estuvieron de descubrirla, ya que se le iban cayendo unos garbanzos que llevaba.
Después de Fuentes la destinaron a Villalcón. El primer día fue en tren y se llevó la bici. Pensaba quedarse a vivir allí y volver a Fuentes los fines de semana. Ya tenía apalabrado quedarse de pupila en casa de la señora Esperanza, pero esta se puso enferma, tuvieron que ingresarla, y Sagrario se quedó sin hospedaje. Fue a ver al alcalde para que se lo solucionaran y la llevaron a dormir a la casa de un pastor que no estaba preparada para albergar a nadie. La metieron en un cuarto sin pestillo y sin luz, solo llegaba la cocina a través del cristal de la puerta, de ahí que tampoco podía apagarla cuando quisiera. Apenas durmió esa noche, y al día siguiente volvió a hablar con el alcalde para plantearle que si no le daban un alojamiento digno renunciaría a la plaza. El sábado se marchó y no volvió. La pagaron el mes entero habiendo trabajando tan solo dos días.
Peripecias de una maestra con vocación
En Villanueva del Monte oficialmente había matriculados tres niños, aunque extraoficialmente le fueron llegando más: vecinos del pueblo preguntaban si podían acudir sus sobrinos que vivían en pueblos cercanos sin escuela, y también de alumnos de Vega de Bella Olimpa, pedanía de Saldaña, cuya maestra encadenaba embarazos y las correspondientes bajas por maternidad, por lo que la inspección permitía que sus alumnos se incorporaran con Sagrario en Villanueva.
En este pueblo recibió alguna vez visita del inspector de Educación para emitir informe sobre el grado de aprendizaje del alumnado. Le puso a una niña una operación matemática y le preguntó el resultado. La solución era cero, y Sagrario, que estaba detrás del inspector y de cara a la niña, hizo con la mano la figura de un cero; pero la niña en vez de responder reprodujo el mismo gesto, por lo que el inspector supo que Sagrario había tratado de decírselo.
En aquel tiempo, los jueves por la tarde eran no lectivos, aunque a cambio tenían clase los sábados. Pero Sagrario cambió la tarde vacacional de los jueves a los martes ya que era el día de mercado y tenía que ir a hacer la compra semanal. Para llegar al mercado debía de bajar por la Cuesta de Los Pinos, con mucha pendiente, por lo que para subirla al regresar cargada con la compra tenía que recurrir a algún conocido que pasase con un carro. Esa cuesta también fue motivo del enfado del cartero con la maestra, ya que Sagrario estaba suscrita a Diario Palentino, lo que obligaba al cartero a subirla todos días para llevárselo.
Peripecias de una maestra con vocación
Vertavillo.
El pueblo en el que estuvo más tiempo es Vertavillo. En los siete cursos que estuvo en esta localidad cerrateña acumuló muchas vivencias. Así, personas mayores le pidieron que por las noches les enseñara a leer, en especial mujeres que habían regresado al pueblo tras su estancia en el País Vasco, donde habían tenido que emigrar a servir sin haber podido ir antes a la escuela.
También intercedió a favor de un chico, a petición de su madre, porque se salió del seminario y le esperaba un gran castigo de su padre, pastor en Vertavillo, que tenía depositadas esperanzas de que estudiando para cura el chico pudiera escapar de la pobreza. Sagrario convenció al padre diciendo que aunque no quisiera terminar los estudios de cura, los años que el chico había pasado en el seminario le habrían aportado unos conocimientos que seguro le facilitarían encontrar una buena colocación.
El maestro de los niños, Andrés Hernández, tenía doce hijos. El sueldo de maestro no le daba para vivir, por lo que tuvo que pluriemplearse, ejerciendo de practicante. Entendía mucho de medicina, acertaba en los diagnósticos más que el propio médico, por lo que este, para no quedar en evidencia, trató de que no continuara ejerciendo como practicante. Para ello fijó el horario de inyecciones coincidiendo con la escuela, para que así no pudiera compatibilizarlo. Andrés se vio obligado a renunciar como practicante y tuvieron que ayudarle económicamente. Tanto es así que de vez en cuando le pedía a Sagrario que le prestara 100 pesetas.
Las escuelas, en todos los pueblos, disponían de pocos recursos: mesas largas, un mapa, muy pocos libros y la mayoría de ellos de carácter moralista. Se trataba de preparar a las niñas para las labores doméstica y el matrimonio.
Los propios niños y niñas llevaban leña para encender la estufa, y como era insuficiente traían de casa también una lata de escabeche con ascuas encendidas, para calentarse con ella. También era habitual que llevaran leche en polvo y vasos, y en la escuela lo preparaban.
Los vecinos en general se volcaban con los docentes y les daban productos de matanza, pastas, leche, queso, etc.
De igual modo, les pedían consejos y favores, como leer cartas a quien no sabía. Curioso y emotivo fue el caso de una chica que le pidió a Sagrario que le leyera una carta; cuando comenzó se dio cuenta de que la muchacha iba musitando los párrafos a los que Sagrario aún no había llegado. Ya se la habían leído más veces, pero ella quería volver a escuchar lo que escrito.
En un pueblo no había relojes, solamente el de Sagrario, por lo que le pidieron que enviara a algún alumno a tocar las campanas para que los campesinos supieran la hora de ir a comer. Pero un día se le estropeó su reloj.
Otra anécdota que recuerda es cuando preguntó a un niño dónde está Andorra, y el pequeño le respondió «en mi radio en la 70», refiriéndose a la sintonía en la que se cogía radio Andorra.
Después de una larga carrera docente en la que tuvo destinos lejanos como, por ejemplo, Puertollano, se jubiló en febrero de 1988 en el colegio Loyola de la capital palentina.