Jorge Clavero Mañueco nació el 1 de febrero de 1958 en Antigüedad, el pueblo palentino donde sus abuelos -ninguno era de allí- se habían asentado. Uno era médico y el otro artesano carpintero. Fue el tercer hijo de una maestra y del responsable del aserradero familiar, que completarían con un cuarto vástago. Guarda buenos recuerdos de la infancia. «Era un poco tímido y muy observador, pero también jugaba con mis compañeros y hacíamos la hoguera de San Antón y la fiesta de los caracoles en San Isidro, además de ir a cazar con mi padre y con mi abuelo», rememora.
Apostilla que en el pueblo los perros no eran considerados mascotas, sino animales útiles para la caza, el trabajo o la guarda de la casa, y se les cuidaba y se les quería. «Era muy común tener cierto cariño a los perros y cierto odio a los gatos, a los que perseguíamos a pedradas».
En la escuela de Antigüedad había dos aulas para niños y otras dos para niñas -«siempre estudiamos separados»-. Allí hizo la Primaria y a los once años le trajeron a Palencia para cursar el Bachillerato y el COU interno en el colegio de La Salle.
«Recuerdo poco de la ciudad porque solo salíamos de paseo por la calle Mayor; sí noté lo duros que eran entonces los internados, entre otras cosas porque solo ibas al pueblo en las vacaciones y el resto del tiempo no veías a tu familia, aunque lo bueno era poder ir al cine», comenta.
TIEMPOS DE ACADEMIA
No se planteó estudiar una carrera universitario. «Quería volar y nunca tuve otra opción en la cabeza», explica. Y no es que en su pueblo hubiera un aeródromo cerca del que soñar, pero sí había un piloto en la familia, su tío Marcos Clavero. Lo fue primero militar y más tarde en Iberia. Además, en Antigüedad se notaba una «aureola» sobre la aviación emparentada con la historia de los hermanos César y Augusto Martín Campos, pilotos militares que murieron en 1937 en la Guerra Civil, cada uno en un bando.
Sobre ellos escribió Jorge Clavero un libro y glosó su trayectoria en conferencias, como la pronunciada en abril de 2022 en el Casino de Palencia. Allí, además de subrayar la singularidad de ambos en la historia de la provincia, habló de las circunstancias que llevaron a los dos hermanos a convertirse en enemigos. «Lo llamativo es que se trataba de dos pilotos de caza, dos enamorados de la aviación que fueron excepcionales y pioneros, dado que pilotar aviones de combate al final de los años veinte e inicio de los treinta era algo inusual», dijo en aquel acto público el general Clavero.
Así, con el sueño de volar bien presente y las dificultades para convertirlo en realidad fuera del Ejército, nuestro protagonista encaminó sus pasos a la Academia General del Aire, en San Javier (Murcia). Allí podía convertirse en piloto o, en caso de no estar capacitado para ello, formar parte de los apoyos en tierra.
«Teníamos dos años de formación teórica, con materias de ingeniería; otros dos de vuelo, primero con hélice y después con reactor, y un quinto de especialización, que ya hacíamos fuera de San Javier, para optar a una de las tres escalas: piloto de reactores, de transportes o de helicópteros. Yo quería formar parte de la primera de esas escalas, y lo conseguí».
Reconoce que no destacó por ser un estudiante brillante, pero sí responsable y lo bastante práctico como para centrarse en aquello que necesitaba para ir superando exámenes y niveles de preparación. «La enseñanza militar es muy exigente; hay números y horas clausus, de forma que en un determinado momento tienes que ser capaz, sí o sí, de volar solo», comenta.
Por eso puso todo de su parte durante los duros años de formación, esos en los que cualquier acto de la vida cotidiana «está reglado», empezando por el estricto orden de la taquilla o el estado en que deben mantenerse el uniforme y el calzado. Admite que hay momentos de ese período que se hacen particularmente cuesta arriba, aunque apostilla que haber pasado varios años interno en un colegio hizo que le resultara menos costoso acostumbrarse a la disciplina.
LA EMOCIÓN DE LA 'SUELTA'
El año de especialización lo hizo en la Escuela Militar de Caza y Ataque de Talavera la Real (Badajoz). Le gustó aprender los secretos del vuelo y sentir la libertad de estar ahí arriba y disfrutó mucho de las actividades al aire libre, como las marchas, por contraposición al estudio de la normativa y la legislación, que era «lo más árido». Confiesa que al principio no disfrutaba del vuelo porque toda su atención se concentraba en superar el primer reto, que es despegar y tomar tierra, y en aprobar.
Destaca como uno de sus mejores recuerdos -con sorpresa incluida- el de su primer vuelo en solitario. «Fue muy emocionante el día que me dieron la suelta; estaba centrado en lo que tenía que hacer y después, cuando tomé tierra, y vi que mi padre y mi hermano habían estado presentes, sentí algo especial». Explica, a propósito de ello, que en esos momentos lo único que cuenta es formar una unidad con el avión.
«Ahí arriba no piensas en ti mismo, ni siquiera en un posible accidente; lo que quieres es aterrizar bien y salvar el avión», asevera.
Acabada la formación, el teniente piloto de caza Jorge Clavero fue a la Unidad de Reentrenamiento de Zaragoza. «Los pilotos nos convertíamos en profesores para que volvieran a volar los militares que lo habían dejado hacía tiempo y estaban en oficinas. Utilizábamos aviones a reacción pequeños, volábamos muchas horas y empezábamos a apreciar lo agradable que era el trabajo», señala.
Después pidió destino en Morón de la Frontera, donde utilizaban los F-5, con los que llevaban a cabo misiones aire-suelo, con reconocimientos fotográficos y bombardeos. «Vivíamos en Utrera, en una barriada militar y estábamos muy integrados; había gente joven, mucha actividad y unas sólidas relaciones sociales, hasta el punto de que a un castellano como yo le encargaban montar la caseta de la Feria de Abril», recuerda.
Ascendido a capitán, Jorge Clavero cumplió un destino forzoso en la base canaria de Gando (Las Palmas). «En el 89 se produjo el boom de la aviación civil y muchos pilotos dejarían el Ejército, así que allí hacían falta y tuve que ir. La vida militar es así y has de saber que es tu profesión y tratar de afrontar bien lo que te corresponda», subraya.
Durante aquellos dos años en Canarias, volvió a readaptarse y llegó a volar un Mirage francés, aunque su destino más prolongado iba a ser el de Zaragoza, adonde volvió en 1991 para permanecer hasta el 2000 en que dejó de volar. En el tiempo previo a su regreso a tierras mañas, había mejorado y depurado su técnica de vuelo y era no solo un piloto experimentado por sus muchas horas de trabajo en altura, sino también un verdadero experto. Por eso el caza F-18 no le dio miedo, sino que se convirtió en su avión preferido.
Casado y padre de dos hijos, el primero nacido en Utrera y la segunda en Zaragoza, Jorge Clavero solo tiene palabras elogiosas de reconocimiento y gratitud para su esposa María Ángeles -Nines, para sus allegados-. «Me ha apoyado siempre y me ha dejado libre, encargándose de los niños y de que la adaptación a cada destino fuera buena, para que yo me ocupara solo del avión, ya que cuando lo pilotas no puedes tener en la cabeza otra cosa que no sea esa y además has de estar centrado y tranquilo».
DEL ESTADO MAYOR AL MUSEO
Y si cada vuelo en el Ejército conlleva organización, planificación y hasta tres horas previas de repaso de todo lo que hay que hacer para no dar lugar a fallos o imprevisto, ya se trate de un reconocimiento o un entrenamiento de combate, además de reconstruirlo y repasarlo a la vuelta, cuando se trata de una misión real, se vuelve aún más exigente.
En 1994, Clavero hizo un curso de la OTAN junto a otro palentino, J. Pedro Cuadros, en Las Vegas y fue, a su juicio, «el mejor entrenamiento». Y es que en noviembre de aquel año, formó parte del primer contingente que entró en Bosnia. «Ahí te disparaban y disparabas. Estábamos en la base italiana de Aviano y desde allí volábamos por la noche para proteger a la población civil y evitar los combates en la medida de lo posible», explica. Añade que los pilotos españoles se integraron bien con los americanos y se dieron cuenta de lo bien preparados que estaban.
Funcionaban conforme a las llamadas reglas de enganche, que son las que dicen lo que puedes y lo que no puedes hacer en una situación de guerra como la de los Balcanes. Allí estuvo hasta 1996 y llevó a cabo un gran número de misiones hasta que se pacificó la zona y Serbia se retiró. «Fue muy intenso y motivador, sobre todo el período de pacificación porque te sentías identificado y apoyado moralmente», arguye.
A la vuelta fue instructor en Zaragoza hasta que en 2000 pasó al Estado Mayor, en Madrid, donde se programaban misiones y donde llevó la jefatura de pilotos. Dos años en Estrasburgo (2009-11), dos como coronel jefe de Gando (2014-16), el ascenso a general en 2017 y el retiro en 2023 cerraron su carrera militar. Acertada, ilusionante y satisfactoria, un buen balance, en suma.
Ahora, con tiempo para el descanso y para la práctica del golf, Clavero confiesa estar «muy liado» como presidente de la Asociación de Amigos del Museo del Aire (Cuatro Vientos), donde trabajan 500 voluntarios como guías, en la restauración de aparatos y atendiendo visitas o dando conferencias. «Los apoyo en todo».
«Y un empeño muy personal es ese museo de Antigüedad, que quiero que siga creciendo para divulgar esta cultura y el peso del pueblo en la aviación». Es un sueño y un deseo en cuya consecución trabaja.