La jornada de reflexión de este sábado no solo ha de servir para que los electores maduren el sentido de su voto. También ha de ser un día en el que los ciudadanos interioricen lo que ha supuesto para España, y para el conjunto del Viejo Continente, la construcción de un proyecto común que ha permitido a los europeos disfrutar de décadas de prosperidad y de paz.
El camino recorrido por la Unión Europea no ha sido fácil. Los cimientos se comenzaron a levantar en una Europa que todavía intentaba cicatrizar las heridas provocadas por la Segunda Guerra Mundial. Los líderes europeos de la posguerra fueron capaces de superar las diferencias que distanciaban a los países que se enfrentaron en la contienda y pusieron en marcha la Comunidad Económica, cuyo fin era lograr un mercado común, incluyendo la unión aduanera.
Luego llegaron los desafíos a los que se vio sometida la Unión tras la caída del Telón de Acero. El desmoronamiento del bloque comunista supuso la incorporación paulatina al proyecto comunitario de nuevos países que habían estado distanciados durante décadas de sus vecinos occidentales.
Desde una perspectiva más doméstica, para España pasar a formar parte de la Comunidad Económica Europea supuso un antes y un después. El 12 de junio de 1985 se firmaba el Tratado de Adhesión en Madrid y la integración efectiva se producía el 1 de enero de 1986. Tan solo hay que prestar un poco de atención al desarrollo que ha experimentado el país desde aquella fecha para ser conscientes de los beneficios que ha obtenido la sociedad española. Los recursos procedentes de la UE no solo han permitido la modernización de los sectores productivos o de las infraestructuras, también han contribuido a formar unas generaciones más cosmopolitas, que han podido crecer en una Europa sin fronteras y sin pasaportes.
Esos logros no son menores, y la ciudadanía europea debe tener muy presentes las dificultades y trabas que ha habido que sortear para obtenerlos.
En un mundo cada vez más complejo, inestable e interconectado, la Unión Europea se enfrenta a retos globales que ningún país de la UE puede afrontar con éxito en solitario. La guerra en Ucrania, el eterno conflicto entre Israel y Palestina, la inmigración, el auge de formaciones que cuestionan los principios del proyecto comunitario...
Como hicieron los pioneros a mediados del siglo XX, los actuales dirigentes políticos también han de tener altura de miras para abordar desafíos globales que les trascienden, aunque en esta campaña se hayan empeñado en mirarse tanto el ombligo.