Carmen Quintanilla Buey

Otra mirada

Carmen Quintanilla Buey


Entre cármenes

13/07/2024

Después de que nuestra ancestral Virgen María, en compañía de su consorte, José, y arropada por Reyes Magos -además de Majos- y estrellas de Oriente, adoraran a su chiquirritín entre pesebre, paja y pastores mientras sonaba el ¡¡e e e ....a!!, después de todo aquello, digo, nos quedan algunas hermanas mellizas de María, por ejemplo Pilar... Lourdes... Candelas... Macarena... pero de todas ellas, la que es más famosa, la más difundida, solicitada y milagrosa es la Virgen del Carmen, patrona de los marineros y de los terráqueos, sí, porque desde tiempo muy pasado, en novenas, procesiones, escapularios... se lleva la palma. Tal vez sea porque nos llena de recuerdos de un pasado, y a poco que nos remontemos, siempre, y sin mucho escarbar, tendremos la imagen de alguna de nuestras antepasadas más allegadas con su hábito. Además, aquel atuendo, señal de agradecimiento por súplicas concedidas, ya no podía ser más discreto, tanto que a pesar de que su portadora fuera una jovencísima belleza, aquel caparazón marrón oscuro, cerrado hermético en escote y puños, largo y sin más adornos que el escudo en el pecho, y la correa de cuero o cordón , anudado a la cintura y colgando casi hasta el borde del calzado, no dejaba ni un solo atisbo a la coquetería femenina. ¡Pero siempre fueron ellas, nunca se vistieron ellos de hábito!. Allí llegaba la abuelita, o la madre y decía:  Virgen del Carmen Bendita, si me concedes... y esto... y aquello... como agradecimiento llevará tu hábito durante un año mi hija... o mi nieta... Y lo que sí que hay que reconocer es que la Virgen atendió muy bien las súplicas a juzgar por cómo abundaban los hábitos. Aquello, para bien o para mal, ha pasado a la historia. Pero seguimos agradeciendo los buenos resultados cuando responden a favor de nuestras súplicas. Mi devoción por la Virgen del Carmen es heredada y creo, bueno, afirmo, que sigue en mí a consecuencia del cariño y la devoción que hacia ella sentía mi madre. En la Iglesia siempre me siento en el banco que acostumbraba a sentarse ella, y que está muy cerca de su imagen. Hay que reconocer que la Fe es un lujo que se nos regala. Es completamente gratis. Y aunque solo sea como asidero al que aferrarse al llegar los contratiempos, nunca soltemos la mano tendida. No se puede sufrir y quedarse tan fresco. Hay que buscar paliativos. Mi madre nunca me vistió de hábito. Pero... me puso por nombre Carmen. Por algo sería.