Jesús Martín Santoyo

Ensoñaciones de un palentino

Jesús Martín Santoyo


TERTULIAS, CAFÉS Y CASINOS

19/01/2025

Observo a diario la tertulia de un grupo de socios del casino de Palencia que cada mañana conversa sobre los asuntos más variados en el espacio del club social que denominan «la pecera». ¿Cuándo comenzó la costumbre de las tertulias? ¿Dónde? ¿Entre quiénes?
En el siglo XVIII, al rebufo del movimiento ilustrado, afloraron las reuniones de caballeros cultos, casi siempre aristócratas con inquietudes intelectuales. En España uno de los primeros grupos de tertulianos se constituyó en el País Vasco. Los «Caballeritos de Azkoitia» se citaban en los palacios de alguno de los privilegiados promotores de los encuentros. Dejando al margen que Menéndez Pelayo los incluyera entre los heterodoxos españoles insinuando incluso sus inclinaciones masónicas (ya conocemos la visión moralista que el erudito cántabro tenía sobre la correcta interpretación de la esencia de lo español), debemos reconocer que los «Caballeritos de Azkoitia» trajeron a sus reuniones las novedosas ideas que fluían en Europa a la luz de la Ilustración. Buscaban la modernidad del racionalismo para impulsar el desarrollo de su tierra. Que años más tarde esas reuniones derivaran a un romanticismo que acabaría alumbrando al nacionalismo vasco, no desluce la influencia que los tertulianos vascos tuvieron en la España del XVIII.
  El desarrollo de las tertulias y el intercambio de ideas aumentó en el siglo XIX. Se abandonaron las mansiones de la nobleza influyente y se amplió el perfil del tertuliano para atraer al intelectual "snob" (etimológicamente, sine nobilitate) con curiosidad cultural y gusto por el progreso.
La proliferación de cafés y casinos contribuyó a la moda de las charlas sosegadas, sin prisas, en las que se debatía sobre la actualidad que pregonaban los primeros periódicos y revistas. Las mujeres permanecieron lamentablemente al margen de esa costumbre pública de conversación y juego, tertulia y diversión.Los hombres acudían a los cafés y clubes sociales que se denominaban genéricamente casinos y que facilitaban el objetivo de divertimento, conversación e inquietud intelectual a las personas influyentes del municipio.
Mientras tanto, las damas buscaban refugio en los salones de sus casas para conversar en libertad, sin la vigilancia y control de los maridos. En esas reuniones femeninas en los domicilios de las clases acomodadas, con espacios reservados para «recibir» a las amistades, se produjo uno de los fenómenos más determinantes para la difusión y el éxito de la narrativa del XIX:  La lectura pública de novelas del Realismo imperante. Se leía en voz alta y se facilitaba el placer de la literatura no sólo a las damas cultas, sino también a cocineras, criadas, costureras, limpiadoras de la casa, a las que se permitía asistir al evento. El mundo no ha cambiado mucho en ese aspecto. Las mujeres siguen siendo hoy las grandes consumidoras del género narrativo.
Volviendo a las tertulias de cafés y casinos, muchos conocemos la fama de alguno de estos conciliábulos: el Café Pombo de Santander, el Café Gijón o El comercial de Madrid, el Café Iruña de Bilbao… son ejemplos de espacios que aún hoy invitan al relax y a la conversación pausada. El casino de Palencia mantiene esos salones propicios para la confidencia y la reflexión sobre el devenir de la vida y los acontecimientos cotidianos. No todos los días se logran tertulias brillantes ni todas las noticias que propician la charla son apasionantes o interesantes.
Disfruto de los ecos de las conversaciones nacidas en la tertulia mañanera del Casino palentino desde mi puesto de escribidor en «la pecera». Son hombres (pocas veces participa alguna mujer) educados, correctos en las formas, viajados y curiosos que hablan sin tapujos de la vida de la ciudad.
El alma de la reunión parece ser el presidente de la Asociación de cazadores. Pepe de Luis, hombre culto e informado, suele dar entrada a los temas de conversación y debate. Pero hay un tertuliano, quizás el mas veterano, que resulta singular. Usa un tono monocorde al hablar, exhibe una memoria prodigiosa y un conocimiento enciclopédico de la historia de su largo periplo en Tierra de Campos. Da la impresión de conocer la vida y milagros de media provincia. En mis ensoñaciones, cuando le oigo hablar, acude a mi memoria un personaje de la película de Sam Peckinpah, Pat Garrett and Billy the Kid. En las secuencias finales, mientras Billy el Niño corteja a su amante mejicana y espera la muerte, el tabernero recuerda melancólicamente los tiempos pasados de su juventud, amenazados por los años y por un oeste crepuscular.  Cada vez que oigo hablar a Julio en el Casino, no puedo evitar recordar la forma de expresarse del anciano bandolero de la película. El mismo tono de voz, la misma memoria, idéntica nostalgia recordando un pasado que no volverá.
No suelen hablar de política, en parte porque la mayoría de los tertulianos parece hallarse en la misma onda ideológica. Pero hay vida más allá de la cosa pública. Que siga la charla.