El domingo de Corpus Christi es una fecha marcada en rojo en el calendario de los vecinos de Cevico de la Torre. Más allá del sentimiento y la devoción, la jornada sirve para rememorar una tradición tan arraigada como querida en la localidad: la subida de los danzantes a la iglesia de San Martín de Tours.
El reloj marcaba las 13 horas y ante los 96 escalones del templo ceviqueño se encontraba una comitiva con decenas de vecinos y una veintena de danzantes, a quienes iban dirigidas todas las miradas. Al compás de la dulzaina y las castañuelas, subieron las escaleras con un recorrido que iba de izquierda a derecha. Cabe señalar que antes de dirigirse hacia el templo, los danzantes cumplieron con la tradición de hacer una parada en la residencia Santa Eugenia, pues nadie en el municipio cerrateño podía perderse esta fiesta.
Ya en San Martín de Tours, el sonido de las castañuelas se vio impulsado por el eco de la iglesia antes de comenzar la eucaristía. Tras su finalización, se dio paso a la tradicional procesión por el pueblo, en la que el párroco de la localidad acompañó a los danzantes portando la custodia.
A lo largo del recorrido, se hicieron varias paradas por los altares montados por los vecinos, siendo estos los únicos momentos en los que la dulzaina y las castañuelas cesaban su sonido. Las flores, las alfombras y algunas fotos de los danzantes fueron la tónica en cada una de las paradas.
El relevo generacional es una máxima en la fiesta ceviqueña. La pasión por participar en el Corpus Christi se transmite de padres a hijos. De ello da cuenta la multitud de jóvenes que este año, al igual que los anteriores, participó en la procesión.
La distribución de la comitiva no es casualidad, como tampoco lo son las vestimentas (hechas de forma artesanal) que adornan la celebración. A la cabeza, los Birrias, reconocibles por llevar un atuendo diferente al del resto.Su traje de paño, compuesto por chaqueta y pantalón, deslumbraba por las calles del casco urbano ceviqueño gracias a su peculiar mezcla de colores. En sus mano portaban, como marca la tradición, un pellejo de cordero para marcar el paso entre los vecinos.
A los laterales de los Birrias, las dos filas de danzantes completaban la comitiva más querida del municipio cerrateño. Tanto a la cabeza como al final de sendas filas bailaron los danzantes que marcaban la apertura y el cierre, los cuales vestían unos ropajes diferenciados, con una banda roja sobre el torso y unos pantalones negros como principal distinción sobre el resto.
Cabe señalar que esta tradición se vio interrumpida después de la Guerra Civil.No obstante, se volvió a recuperar en la década de 1960 de la mano deEliseo Trejo.