Pedro Sánchez ha dados pasos muy irregulares, incluso dudosamente legales en algún caso, para llegar a su investidura. De ella sale un país sumamente crispado, inmerso en una fractura social casi sin precedentes incluso en una nación en la que tanto se habla, y desgraciadamente puede hablarse, de dos Españas.
Este país que parte de un período de extrema inestabilidad política, en la que han menudeado las muy exageradas acusaciones de estar perpetrando un golpe de Estado, de que unos u otros estaban propiciando el fin de la Constitución y la democracia, en el que se ha tildado de ilegítima la investidura de este gobierno, tiene que entrar en una nueva etapa. Alejada de la confrontación como sistema de no-convivencia de las ideas y soluciones diferentes. Y creo -o quiero creer- que eso hará: cambio de rumbo a la vista.
Esta España irritada, cabreada, hastiada, que se lanza a la calle a veces con ribetes de violencia exasperada, que ha visto cómo la ley (y la propia Constitución) se conculca sin demasiados remordimientos, intuye que la Legislatura que se inicia de la mano de Pedro Sánchez y su 'socia' Yolanda Díaz, pero bajo el tutelaje de los secesionistas catalanes y vascos, ni va a ser tranquila ni durará demasiado. Al menos, bajo los actuales parámetros. Ya las intervenciones en la sesión del miércoles de los representantes parlamentarios de ERC y de Junts constituyeron un muy explícito aviso al Gobierno central para que no se 'desmadre' ni se aparte de la tónica de lo que podríamos llamar el 'pacto de Waterloo'. O sea, que cuidado con salirse del guion suscrito con Pere Aragonès, Junqueras y Puigdemont, cada uno por su lado. El propio Sánchez, en una de sus intervenciones, reconocía las "extremas diferencias" que le oponen a quienes, sin embargo, van a apoyarle para seguir gobernando.
Con este prólogo, más la extrema inquietud y descontento en el ámbito judicial -cinco años se cumplirán, dentro de dos semanas, de incumplimiento en el mandato constitucional de renovación del gobierno de los jueces- y en otras instituciones y organizaciones profesionales, Sánchez va a tener que echar mano de sus indudables habilidades negociadoras y dialécticas para mantenerse al frente de la gobernación. Es mucho lo que, a trancas y barrancas, hasta ahora ha logrado, incluyendo la amnistía a los implicados en el 'procés' secesionista. Sospecho que va a tener que hacer algo más: poner distancias con algunos de sus actuales 'socios', que no cejarán en sus reivindicaciones territoriales, económicas y políticas. Ni ERC, ni Junts, ni la propia Bildu, han escondido jamás que su fin último es separarse de España o, al menos, establecer una República plurinacional en lo que hoy es el Reino de España.
Y Sánchez tendrá que tirar del freno de mano, porque hay límites imposibles de sobrepasar, por mucho que ya se hayan pisado no pocas rayas hasta ahora consideradas rojas. Es decir, que una cosa ha sido lograr la investidura, a trancas y barrancas, a cambio de cesiones que parecen inaceptables a una parte sensible de la ciudadanía y otra cosa será mantenerse, una vez investido, en el mismo tenor, bajo un cierto tutelaje de personajes que hasta hace unas semanas estaban considerados como delincuentes y eran perseguidos por los jueces.
Pienso, quizá con un exceso de utópico optimismo, que ahora podría avizorarse un cambio de rumbo, más o menos cauteloso, en la acción de Sánchez, nunca demasiado estricto, por otro lado, cumplidor de la palabra dada, ni a Puigdemont ni a casi nadie. Y tendrá un espléndido argumentario para justificar su viraje: así, con estos planteamientos, servidumbres y limitaciones, no podrá gobernar, pese a haber logrado una mayoría absoluta en la votación de su investidura, eso sí, gracias a votos de motivación muy distinta. Así de simple.
Es por eso mismo por lo que me atrevo a afirmar, con bastante timidez, que esta Legislatura que ahora se inicia puede ser la de los grandes cambios... en positivo, porque lo serían en virtud de grandes rupturas y de grandes acuerdos que, hoy por hoy, y visto cómo se han desarrollado las intervenciones en la sesión de investidura, parecerían, a primera vista, imposibles.