Impulsado especialmente por la pasión de su padre, Antonio Guzmán Capel comenzó en el mundo del arte a una edad muy temprana. Con solo diez años, algo tan simple como un cuadro de chopos pintado por Julián Bueno, despertó en él su interés por la pintura. Esa curiosidad en el óleo hizo que, al día siguiente de ver la obra de los chopos, ya tuviera en su habitación el caballete que, a día de hoy, a sus 63 años, sigue acompañándole en su estudio.
Lo que podría considerarse su primer cuadro fue una copia de un velero de Mollet del Vallès, cuyo resultado le decepcionó tanto que le llevó a tomar la decisión de destruirlo al momento. Si bien su talento quedó patente a muy temprana edad, consolidó su estilo gracias a las enseñanzas de su profesor, Alberto Abril Calleja, con el que estuvo más de tres años.
A lo largo de su trayectoria profesional ha trabajado con la abstracción, el realismo y el hiperrealismo, siendo estas tres las técnicas más utilizadas en sus obras. No obstante, como él mismo afirma, siempre busca «la originalidad» y «las cosas nuevas». La antigua sala de Información y Turismo, que se encontraba al final de la calle Mayor, acogió a su primera exposición cuando tan solo tenía 11 años. A partir de ahí, el recorrido artístico de Capel se extendió por las últimas cinco décadas, cosechando multitud de reconocimientos como el Premio Internacional Avatarte que ganó el año pasado, la Mención de Honor Premio Ejército del Aire en 2006, el Premio Popular en el I Concurso de Pintura rápida de El Retiro en 1989 o el Accésit honorífico del IV Concurso de Pintura Ciudad de Miranda de Ebro en 1987, por citar algunos de los muchos ejemplos.
¿Cuál es su balance de 2023?
Un poco flojo de trabajo. Llevo 53 años pintando y 2023 ha sido el más raro, ya que, algunos meses, ha venido el trabajo de repente y luego he estado otros tantos sin trabajar. Ha sido totalmente irregular.
¿Cómo comenzó a interesarse por la pintura?
De casualidad. Empecé a los 10 años a pintar, aunque anteriormente ya dibujaba. Recuerdo el dibujo de un piano de cola que hice con cuatro años. Venía del colegio e intentaba hacer los deberes lo más rápido posible para dibujar indios, vaqueros y, sobre todo, caballos.
En el verano del 70 llegó a mi casa un amigo de mi padre, Julián Bueno, con un cuadro de chopos. Era muy colorido y comercial, pero me gustó. En ese momento, cuando se metieron los dos a mi habitación a pintar, le dije a mi padre que yo también quería. Al día siguiente ya tenía el caballete, que todavía sigue conmigo. Ese mismo día pinté una copia de un velero del pintor Mollet del Vallès. No me gustó nada y lo destruí al momento en una hoguera. Después, hice copias de cuadros de Daumier, como el Don Quijote.
A los 11 años me llevó mi padre con un profesor, Alberto Abril Calleja, y es lo mejor que pudo hacer. Este hombre estudió Bellas Artes en Madrid con Pedro Mozos y Germán Calvo. Iba a sus clases de lunes a sábado. Al principio, dibujaba figuras geométricas. Empecé representándolas de una en una y luego pasé a las composiciones. Después de estar seis meses pintándolas me mandó repetirlas. Me vino genial porque me estaba forzando a dibujar, que es lo que no quiere hacer nadie.
Conmigo había más compañeros que se cansaron a los dos meses; yo estuve tres años y medio. Recuerdo que me enseñó a dar una imprimación a las tablas para que la madera no chupara el óleo, que consistía en frotarlas con dientes de ajo para que la pintura corriera con suavidad. De hecho, en una exposición que hice donde se representaban dientes de ajo, mi padre les dijo a los asistentes que se acercaran, que era tan real que hasta olía.
Cuando terminé las clases con Abril empecé a pintar por libre, pues ya conocía su técnica. Me enteré de su fallecimiento cuando yo estaba en Italia, en un viaje que me habían dado por ganar un premio nacional en Barcelona.
Ha mencionado que destruyó su primer cuadro. ¿No le hubiera gustado conservarlo?
Ahora sí, por ser mi primer óleo.
¿Recuerda cómo fue su primera exposición?
La hice con 11 años. Fue por mi padre, que era como mi marchante. Se expuso en la la sala de Información y Turismo que había al final de la calle Mayor.
La verdad que no sentía nada en especial. En ese momento no lo asimilas. Recuerdo que nos llamaron a mi hermano y a mí la atención por estar saltando como monos en el mostrador del salón. En ese mismo espacio estuve exponiendo ocho años seguidos; luego pasé a exponer en Caja España.
Me acuerdo de que me enamoré de una chica en la piscina del Campo de la Juventud. Vino a ver la exposición y la entregué un retrato que la había hecho solamente fijándome en ella.
Su técnica es el hiperrealismo. ¿Lo supiste desde el primer momento?
El hiperrealismo vino bastante más tarde. A mi padre le gustaba mucho un pintor catalán llamado Norell, así que me dijo que imitara sus cuadros. En algunos introducía una técnica que consistía en arañarlos para darles otro tipo de texturas. Esas pinturas eran más sueltas y tendían hacia el impresionismo.
También hacía bodegones muy fúnebres, y no fue hasta los 14 años cuando comencé con los retratos. Desde los 16 ya vivía de la pintura y a los 18 ya hacía muy en serio este tipo de obras.
¿Considera que este estilo, por su fidelidad a la realidad, es el más difícil dentro de la pintura?
Al contrario, es el más fácil. El hiperrealismo no es mas que copiar lo que te da hecho una fotografía.
¿Y cuál es, entonces, el estilo más difícil?
Lo más difícil es ser original, no tiene que ver con el estilo ni la tendencia. Que la gente reconozca un cuadro tuyo es lo realmente complicado, y yo no creo que todavía lo haya conseguido.
Compagino el realismo y la abstracción desde los 10 años y siempre he estado investigando y probando varias cosas. Siempre intento hacer algo original, por eso expuse el año pasado un Cristo del Otero lleno de alfileres.
Incluso cuando hago hiperrealismo intento innovar alejándome de la fotografía. Me gusta ser más atmosférico en los horizontes, que les llamo así porque los segundos planos quedan más desenfocados, y más técnico en la luz.
¿Cuánto tiempo tarda en hacer una obra?
No sabría contestar porque nunca trabajo solo un cuadro, sino que voy haciendo varios a la vez. He llegado a hacer siete simultáneamente. Lo hago así porque trabajar siempre en el mismo te cansa y, a veces, conviene darles la vuelta, olvidarlos un poco y volverlos a coger adelante con más ganas.
Lo mejor es pintar al natural, porque el color y la luz son reales. Una foto desvirtúa muchísimo.
Ha afirmado en varias ocasiones que a los 14 años ya tenía una colección de 400 obras. ¿Cómo lo combinaba con sus estudios?
Al principio sí que estudiaba, pero después no. Recuerdo que un profesor de Religión, la asignatura donde más dibujaba, me dijo un día: «Capel, como no te ganes la vida pintando, las vas a pasar putas».
¿En qué momento notó que podía vivir del arte?
Con 11 años sabía que iba a vivir de la pintura. Eso sí, por aquel entonces, pensaba que, en un futuro, iba a ser millonario.
Es muy difícil vivir del arte, independientemente de si eres bueno o malo. Ahora bien, si tienes labia, es más fácil, que es una de las cosas que me fallan a mí.
¿A qué se refiere con que es difícil vivir de ello, sin importar si se es bueno o malo?
¿Cuántas salas de exposiciones hay en Palencia? Cada vez hay menos. En la calle Serrano de Madrid había antes 30 galerías, y ahora solo hay tres. Mucha culpa la tiene la realidad virtual, que te permite ver museos sin gastar nada.
¿Ha pensado alguna vez en hacer obras digitales?
No me lo he planteado, aunque, gracias a mi hermano, sé algo de este mundo y puedo trabajar con herramientas como Photoshop.
¿Cree que el arte digital está a la misma altura que el tradicional?
Son muy distintos. Saber usar el arte digital también tiene mucho mérito.
Debido al grado de detalles que tienen sus obras, ¿las han confundido alguna vez con una fotografía?
Sí. Ha habido una época en la que me molestaba que dijeran que mis cuadros parecían fotos. Sé que no lo dicen con mala intención, pero odio la fotografía, aunque la utilice continuamente en mi trabajo.
Recuerdo que una vez vino un amigo a casa y su perro se lanzó a por un cuadro en el que había representado un gato, pues creía que era de verdad.
¿Cómo valora su evolución como artista?
Siempre he estado cambiando e investigando. Me muevo continuamente entre la abstracción, el realismo y el hiperrealismo.
Antes hacía cosas muy clásicas y ahora es todo más moderno. Con el tiempo vas percibiendo las mejoras, aunque también ves que no son suficiente. Siempre piensas que queda poco para llegar a la excelencia, pero no llegas nunca.
¿A día de hoy está contento con su trabajo?
Podría estar más contento porque siempre quieres más. De todas formas, no se lo cambio a nadie. Si volviera a nacer, sería pintor o pianista.
¿Probó la escultura?
Algo de vaciado y poco más. Igual que las acuarelas, apenas las he utilizado para hacer 30 obras.
Ha hecho retratos a varios santos, como San Rafael. ¿Cómo de importante es la pintura religiosa en su repertorio?
A mi padre le gustaba mucho el tema religioso. Con 11 años ya hice un San Francisco y una Santa Clara para las monjas de Calabazanos. Es un tema que he tocado mucho y siempre me ha gustado.
Tiene expuesto un retrato de San Juan Pablo II en la Basílica Nacional de Washington. ¿Cómo llega allí?
Todo eso fue gracias a las monjas de Miami.
Ha hecho el cartel que representará la Semana Santa de Palencia en 2024. Hasta ahora, ¿está teniendo aceptación por la gente?
Ahora creo que sí. Al principio había muchas personas que querían que el cartel se asemejara más a las fiestas de San Antolín que a la Semana Santa.
Siempre he querido hacer un Cristo como el que he hecho para la imagen y, aun así, no he conseguido lo que quería.
También le gusta la pintura taurina
Siempre me ha gustado su colorido y movimiento. En el 2000 me presenté al premio Toresma, el concurso de Las Ventas en Madrid, y quedé segundo. Me presenté al año siguiente y conseguí el premio.
Ha realizado un retrato a la duquesa de Alba. ¿Cómo consiguió ponerse en contacto con ella?
Fue por medio de un amigo, quien conocía a una chica que trabajaba en el palacio de doña Cayetana. Por medio de ella y la secretaria de la duquesa, le enviamos mi página web para ver si quería que la hiciese un retrato. Le gustó mi obra y aceptó. Nos presentamos en el palacio de Liria y le hicimos unas fotos. Yo le hubiera hecho alguna más porque había mucha sombra, pero conseguí corregirlo. Al año siguiente le entregué el cuadro, el último retrato que se le han hecho en vida.
¿Destaca este hecho como el más importante de su trayectoria?
Para nada. El cuadro de Juan Pablo II en la Basílica Nacional de Washington está bastante mejor. Eso sí, de importancia, junto con el de San Rafael, podría serlo.
Entre todo su repertorio artístico, ¿cuál diría que es su obra más especial?
Ha habido un tema que he pintado muy a menudo y siempre me ha gustado: cascotes y latas. Lo que vienen a ser, básicamente, basura oxidada. Es la temática que más me ha premiado. Habré recibido 25 o 30 premios con cuadros de este estilo.
Ha sido distinguido con decenas de galardones a lo largo de su carrera. ¿Qué suponen para usted este tipo de premios?
Ahora mismo, nada. En el momento sí que es un orgullo, pero no es lo primordial. A mí lo que me gusta es avanzar.
¿Hay alguno del que tenga un especial recuerdo?
El premio Nacional de Murcia, que gané en Cartagena en el 82. Fueron 200.000 pesetas de las de entonces. Fue un galardón que me ilusionó mucho a la vez que me sentó mal. Siempre discutía con mi padre porque yo quería hacer abstracciones y él quería que siguiera con los temas realistas. Ahora no está mi padre, pero sigo luchando con ello.
La historia con el premio de Cartagena es que lo conseguí gracias a un cuadro de una ola rompiendo en el mar. Si lo mirabas de lejos veías perfectamente lo que representaba, pero, en primer plano, era realmente una abstracción. Cuando me dieron la noticia de que había ganado llamé a mi padre por teléfono y le dije con rabia: «He ganado el premio, ¡y con un abstracto!».
Otro premio que recuerdo es el del cartel de ferias de Palencia en el 86. Me lo concedieron al día siguiente de morir mi padre.
Me han dado bastantes premios, pero cada vez me importan menos. Mi objetivo no es ganarlos, sino estar en grandes museos, como el Thyssen, aunque sea en una sala pequeña.
De cara a este 2024, ¿qué objetivos tiene?
Quiero llegar al momento en el que me pueda permitir trabajar más pausado y poder dedicar un mayor tiempo a cada obra. Mi padre me decía que tenía que pintar cada cuadro como si fuera el último. Ahora quiero alcanzar ese momento, no pensar tanto en el dinero de los encargos y pintar para estar yo contento.
¿Tiene tiempo para pintar para usted?
Muy poco.
Imparte también clases de pintura en su estudio. ¿Qué consejos transmite a sus alumnos?
Lo importante es coger la técnica. Si sigues trabajando, vas avanzando; si solo piensas en llevarte cuadros medio hechos, no.
Les digo que dibujen, que es lo más importante. Que cojan un lápiz y se pongan a dibujar, ya que luego, con el pincel, es lo mismo, solo que con otra herramienta. Pintar es también dibujar. También les digo que no recorten nada, que es mejor dejarlo desenfocado.
Otra cosa que les enseño es la entonación. Hay un ejercicio básico que es pintar un clindro en el aire. Es un ejercicio fundamental para cualquier cosa que quieras hacer luego en el futuro. Con él, aprendes a conseguir volumen y entonación. Si se utilizan tonos calientes, por ejemplo, la sombra del objeto representado tiene que ser también cálida, si no, no concuerda.
Siempre digo que las formas las dan los claroscuros, no las líneas. En el caso del cilindro, por seguir con el mismo ejemplo, si el fondo del dibujo es verde, tienes que meter el verde en la parte final para fundirlo y darle profundidad.
Después de ese primer ejercicio, a mis alumnos les mando dibujar el cubo, que aparte de enseñarles todo lo anterior, les permite aprender a usar la luz. Siempre dibujo un cubo perfecto y pregunto si tiene luz. Todos me responden que sí, pero, en realidad, no la tiene. Cuando les enseño un cubo con luz, alucinan.
La entonación es otra de las cosas en las que hago mucho hincapié a los alumnos. Ya me lo decía mi padre: todo se refleja en todo. Así consigues la atmósfera.
¿Se ha llegado alguna vez ha inventar una escena?
Sí. Una noche me desperté porque se me ocurrió un tema muy peculiar: dibujar la catedral, pero vista desde la cúpula. Era como si estuviera colgado de la lámpara. Soñé que me iba moviendo a la vez que me acercaba a unos cuadros en la parte baja del templo, que representaban figuras antiguas. Según me desperté, lo pinté. Fue una obra muy rara a raíz de este sueño. La vendí al día siguiente.