Ya no hay quien lo pare ni quien lo resista. Algunos comerciantes reconocen incluso que se les hace incómodo, que su prioridad en este tiempo es preparar la venta navideña, pero que no les queda otro remedio, que se ven prácticamente obligados por la competencia, porque si los demás lo hacen y uno deja de hacerlo, se sentirá señalado y eso no es bueno ni para la clientela, ni para el mercado.
Así que acabamos de comprobarlo; una verdadera ofensiva comercial, un despliegue publicitario inagotable, una exagerada proliferación de ofertas. Y todo viene de otras latitudes, especialmente de Norteamérica, sin saber bien cual es el origen. Se ha especulado que se trataba de un viernes en que se ponían a la venta esclavos negros a buen precio, porque estarían ya deteriorados para el trabajo. O de un viernes, después del Día de Acción de Gracias, en que se adelantaban las compras navideñas masivamente. O de un día, viernes, tras esa fiesta nacional, en que la ciudad de Filadelfia quedó colapsada por la coincidencia de las compras de fin de semana con la celebración de un gran acontecimiento deportivo, lo que generó un atasco descomunal y un bloqueo que duró todo el día. Parece que fueron los guardias de tráfico quienes popularizaron la expresión del "viernes negro" para referirse a la extrema penosidad de su trabajo aquel día. Y así se fue generalizando año tras año en recuerdo de la horrible fecha.
Lo cierto es que lo hemos importado, como también lo hemos hecho con Halloween o con Papá Noel y otras decoraciones y costumbres navideñas foráneas, siendo así que en todo ello teníamos material propio que hemos dejado desplazar con bastante impunidad. Para el Black Friday teníamos nuestras tradicionales rebajas de enero; para el Halloween el Día de los Santos y los Difuntos; para la Navidad, el belén y los Reyes Magos. Tal vez llegue el momento en que nos apuntemos al Día de Acción de Gracias, y que nos parezca más divertido o más propio que nuestro Día de la Constitución, o que nuestra Fiesta Nacional.
Digo, en fin, que yo no tengo nada contra las celebraciones de cada uno; pero también digo que, teniendo las nuestras, sería cuestión de darles prioridad. ¿No es cierto?