Miguel Ángel Rodrigo Alario es para familiares, amigos y conocidos Kaque, por la sencilla razón de que era como le llamaba uno de sus hermanos que no sabía pronunciar aquel nombre compuesto. Y no es que nuestro protagonista reniegue de él, pero se acostumbró desde niño a responder por Kaque y lo ha mantenido toda la vida. Las tardes de juegos en la calle, que se alargaban hasta que su madre le llamaba desde la ventana para que subiera a cenar, es uno de los gratos recuerdos que conserva de su primera infancia.
«Jugábamos a los platillos, a la peonza y a otras muchas cosas. En la calle de San Juan de Dios había varios almacenes y, cuando llegaba un camión, parábamos para seguir en cuanto aparcaba o se iba», rememora. No existían el miedo o la inseguridad, de forma que la calle era el mejor lugar para socializar.
A los ocho años, la familia cambió su domicilio y las cosas cambiaron. «Entonces, la calle Mayor tenía tráfico y no era un lugar de juegos». Recuerda también su paso por La Salle y el instituto Jorge Manrique, donde cursó todo el Bachillerato. «Lo pasábamos bien», asevera. A Kaque le interesaba la informática, que empezaba a cobrar una importancia significativa, y por eso en COU eligió Matemáticas especiales, Física y Química, pero las suspendió y se dio cuenta de que no era la suyo.
Se planteó entonces estudiar Derecho en la UNED y llegó a matricularse, pero cuando recibió los libros-guía supo que tampoco una carrera como esa iba a captar su atención durante muchos tiempo.
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