El intento de republicanizar una monarquía encuentra, como es lógico, obstáculos insalvables, pero en ello parece empeñada la actual Corona, o la familia real, aunque no tanto con el propósito de democratizarse, lo cual es un imposible metafísico al no mediar el precepto democrático básico de la elegibilidad, como en el de salvar la institución monárquica, que tantos disgustos ha dado tradicionalmente a España e históricamente tantas guerras de sucesión.
En la jura de la Constitución por parte de Leonor Borbón Ortíz al cumplir ésta la mayoría de edad, se ha escenificado sin ambages ese ilusorio propósito, sacrificando la marcianidad, la pompa y el estiramiento en beneficio de una mayor "normalidad", ora vistiendo más informalmemnte la madre y las hijas, ora conduciéndose con alguna espontaneidad, ora mostrándose como una familia nuclear mucho más estructurada de lo que lo estaba el núcleo anterior, el compuesto por los llamados "eméritos" y su parentela física y política. Sin embargo, ya sólo por ésto último, por ser una familia cuyos miembros se entienden y se quieren, y que no ahorran ni aun en público los gestos de cariño y complicidad, no es en absoluto normal. Una buena parte de las familias "normales", si no la mayoría, no son así.
Ni la monarquía española, ni ninguna otra, podrá nunca democratizarse, ni democratizar nada bajo su influjo, a menos que, haciéndolo de veras, apueste por su desaparición, cosa muy improbable al tratarse de una institución que persigue obstinadamente, merced a su mecánica sucesoria genética y hereditaria, durar y durar. Se agradece, conmueve más bien, el intento de la actual familia regia por parecer normal, pero se percibe que, pese a los aportes cívicos de Letizia Ortíz, no sabe muy bien en qué consiste la normalidad. Lo normal es vivir en un piso pequeño, no disponer de servidumbre, vivir sin escoltas, educar a los hijos en la pública, ser ninguneado por la Administración y no llegar a fin de mes. Sin convivir con eso, no se puede ser normal.
El caso, en fin, es que en un país mayoritariamente republicano, o, cuando menos, no monárquico, Leonor Borbón Ortíz ha jurado la Constitución, cosa que, al cumplir los 18, tampoco hace nadie, pero ella sí porque la programaron desde pequeña para reina y la tenía que jurar. Parece buena chica, educada, dulce y despierta, pero nada más.