La aplicación de «la ventaja», y no «la ley de la ventaja» según el reglamento, tiene una redacción que deja poco a la imaginación: el colegiado permitirá que el juego prosiga si el equipo que sufre la infracción se beneficiara de la ventaja tras la acción, y sancionará la infracción cometida si no se produjese la situación ventajosa de manera inmediata o transcurridos unos pocos segundos. Es decir, el colegiado tiene tiempo. Por eso resulta ridículo comprobar cómo se pervierte la naturaleza de la ley simplemente porque el balón termina en los pies de un compañero del tipo que se retuerce de dolor en el suelo.
Traigo a colación la 'protesta' en el análisis de la 'jornada Champions' porque en el Dortmund-Barça se vivió una circunstancia de esas que dejaría mal parado a Francois Letexier, el francés que pitaba el encuentro, de no ser porque UEFA protege a sus colegiados con el celo que una madre loba protege a pequeños lobeznos que se creen intocables. Los azulgrana montaban un contragolpe en el minuto 68 y Bensebaini, lateral zurdo local que ya tenía una tarjeta amarilla, se ganó la segunda con una patada a Lamine Yamal. El balón le cayó a Koundé mientras el árbitro extendía sus dos brazos hacia adelante y la jugada terminó en agua de borrajas. «Unos pocos segundos», dice la norma. ¿Acaso existe mayor ventaja, si quieres ser justo, que parar el juego y expulsar a un futbolista? Letexier ni siquiera miró hacia el carrilero argelino cuando Raphinha, capitán del Barça, le pedía explicaciones sobre la jugada.
De alguna forma, la aplicación de «la ventaja» se ha convertido en un perversión: pájaros tirándose a las escopetas, jueces ciscándose en la ley o árbitros yendo contra el reglamento. Y sí, hay reglas que admiten interpretación, pero la propia palabra «ventaja» lo incluye todo.