Si hay un lugar en el que suspira el espíritu más penitencial de este Viejo Camino, sin duda alguna, es el pago conocido como el Saugal, a los pies de la muralla rocosa que protege a Santibáñez de la Peña. Un lugar bañado por aguas saltarinas, acunadas en Fuente Laguna, al acecho de Peña Grande, cauce que se constituye en pequeñas cascadas, que se retan para alcanzar los vestigios de la antigua abadía.
Restos milenarios que apenas se significan en un torreón, provisto de un par de oquedades de influjo románico, escasos sillares de su antiguo amurallamiento, y un microclima tan especial que para sí quisieran los turistas de otras latitudes más castigadas por el rigor veraniego.
San Román de Entrepeñas narra al peregrino su otrora influencia y presume de un coqueto puente medieval para mayor gloria de los amantes del arte RománTico (románico y gótico), tan bendecido en la provincia palentina.
En el siglo X, creyéndose libre del acoso musulmán, el monasterio soportó alguna que otra razia del terrible Almanzor. Pero no por ello su alma monástica dejó de bendecir estas tierras en tiempos de la repoblación mesetaria.
Hoy, sus restos nos esperan impacientes ante tanta ignominia, nos susurran al oído que son sabedores de su precipitada muerte, aunque confiesa que en su desdicha algo tuvo que ver un tal Mendizábal, en el 1836.
SANTIBÁÑEZ Y LA ESTACIÓN
Desde San Román de Entrepeñas nos acercamos a Santibáñez pueblo, como así nos gusta llamar al núcleo antiguo de este ilustre Ayuntamiento. Muestra al visitante buen ejemplo de patrimonio medieval, tuvo fortaleza en un paraje llamado Peñacastillo, dicen los que saben de esto que sus moribundos restos aún se adivinan.
Seguimos nuestra marcha hacia La Estación. De nuevo el tren de La Robla se hace presente en el Camino. El paseo es agradable. Vamos a la vera de un acogedor parque que cuenta con diferentes zonas recreativas. Encontramos trabajando a Manuel Maza, alcalde de Santibáñez de la Peña, gran amigo, persona comprometida con el bienestar de los habitantes de los trece pueblos administrados.
Nos disponemos a subir La Loma. Ante nuestros ojos, los restos de un castro cántabro en su día asediado por las tropas del Ejército Romano allí apostadas. Yacimiento arqueológico de un asentamiento de los antiguos camáricos, lugareños que habitaron la zona hace un par de milenios, cuya sangre corre por nuestras venas.
Las Heras de la Peña, colindante a La Estación, rinde pleitesía ante el Santo Cristo. Su espadaña bien pudiera hacer funciones de regulación del tráfico ferroviario. Más de cien años custodiando el paso del caballo de hierro, aunque el templo ya daba la bienvenida a los visitantes antes de que la modernidad impusiera el paso férreo. Tal vez hoy ofrezca más despedidas que retornos. ¡Maldita despoblación!
GUARDO EN EL HORIZONTE
La senda nos conduce a Villanueva de Arriba y poco después hasta el municipio de Guardo, no sin antes visitar Muñeca de la Peña e Intorcisa. En Muñeca nos da la bienvenida la iglesia de Santa Eulalia de Mérida, templo de origen románico que, a pesar del paso del tiempo y los acontecimientos que ha atestiguado, conserva buenas muestras de este estilo tan aclamado.